Leo en la prensa, como ustedes ahora, que han robado en el norte de Amsterdam el cuadro de Dalí titulado Adolescencia . No soy crítico de arte, lo que me limita e impide entrar a hacer cualquier análisis o interpretación de la obra sustraída. Me quedo con el título, llámenme banal, y el método del robo. Un grupo de enmascarados, a mano armada, entran en el museo a mediodía, sin la protección y el ocultamiento de la noche, y después de amenazar a los empleados y público, se dirigen hacia el cuadro y se lo llevan en un Volkswagen. Y uno se pregunta, qué otro cuadro podrían llevarse estos ladrones que uno titulado Adolescencia , caracterizada por el afán de manifestar libremente pensamientos y opiniones, por las aparentes contradicciones, por la impulsividad y la locura desmedida. Tal vez se sintieron protagonistas de la misma y por tanto consideraron que debería ser suya, y siguiendo las instrucciones del museo, dedicado al realismo mágico, hacer algo más que ver y mirar, sustraer. Qué si no es el arte: sustraer a los demás o a sí mismo las huellas del pensamiento y la experiencia. No justifico el robo, ni siquiera el intento, pero por lo que sabemos aún no los han capturado, así pues la adolescencia ha dejado de estar encerrada y anda dando vueltas por quién sabe qué lugares. Una oportunidad perfecta para que todos aprovechemos y salgamos a dar paseos por si en una de esas esquinas inesperadas nos sale al paso y por fin volvemos a manifestar libremente pensamientos y opiniones, aparentes contradicciones, y la impulsividad y la locura de la vida. Dalí estará más contento ahora, seguro, aunque siempre diría lo contrario. Por favor, no se dediquen a asaltar museos porque como en la adolescencia las cosas salen sin pensarse.