Vaya por delante mi apoyo hacia toda la investigación para prevenir y curar el alzhéimer, así como cualquier enfermedad. El sentimiento de pérdida cuando tienes la evidencia de que tu familiar o amigo tiene una de estas enfermedades incapacitantes es descarnador. Hace siete años del diagnóstico de mi madre. Y sí, de ella, como yo la conocía, ya me he despedido. Es una terrible pérdida a plazos. Luchar contra este hecho es una guerra perdida. Ahora bien, gano batallas: las sonrisas libres de condicionantes, los abrazos que quizá cuando éramos pequeños no nos han dado, la fortaleza de un cuerpo que se resiste a caer, las lecciones de vida hacia mi hijo, hacia la juventud que cree que la vida es perfecta, sin taras. Nada más lejos de la realidad, la vida es un camino lleno de pérdidas y de afortunados hallazgos. Si desde el principio aprendiéramos a ver la vida como un conjunto de casualidades --para algunos-- o como un milagro --para los demás-- aún la sentiríamos más maravillosa que si fuera perfecta. Quizá valoraríamos los afortunados hallazgos como lo que son: la felicidad. Sin embargo, la desesperación, el llanto y las preguntas de por qué él o ella también son parte de este camino, en el que muchos nos encontramos.