Todo el mundo sabe que no habrá un debate Rajoy-Zapatero en la campaña para las elecciones del 14-M. Porque aquí el que pide los debates en televisión los niega cuando gana, y el que gobierna y los rechaza los pedirá cuando pase a la oposición. Esta es una de las anomalías de la democracia española, que se repite desde siempre. Ocurrió con Suárez, Calvo-Sotelo y Felipe González y ha sucedido con Aznar. La única excepción es la de las elecciones de 1993, cuando González y Aznar se enfrentaron en dos cara a cara apasionantes, con muchos millones de españoles pendientes del televisor, desmintiendo el lugar común de que la política no interesa. Recientes encuestas confirman que una gran mayoría de la gente quiere debates cara a cara. El argumento de que un debate a dos no es democrático cuando hay más partidos en liza debe considerarse, pero, si no fuera una mera excusa, se buscarían fórmulas para celebrarlos sin que la pureza democrática se resintiera.

La negativa a aceptar los debates obedece a la misma razón que lleva a los partidos a controlar los medios públicos de comunicación, otra anomalía de la democracia española. En ambos casos, es mentira el argumento de que en otros países pasa igual. No ocurre lo mismo en Gran Bretaña ni en Francia ni en Alemania ni en Estados Unidos. Lo que sucede aquí es que la oposición promete organizar debates cuando gobierne y aceptar la independencia de los medios públicos de comunicación. Pero nadie cree las promesas.