Mañana en TVE, y el martes en A3 y La Sexta. Contando el de hoy quedan seis días de campaña electoral para las generales, y la tercera parte de ellos no tendrá otro objeto que sendos debates televisivos que, a falta de otros elementos de juicio en un campaña deformada, y en parte estéril por la Semana Santa, van a ser base sobre la que muchos ciudadanos van a decidir su voto; por los debates en sí, y por los postdebate en prensa y redes sociales.

Este país, España, es asombroso. Por anómalo. Aquel ‘is different’, ya saben. No hay precedentes en las democracias dignas de tal nombre donde se hayan celebrado dos debates electorales con presencia del presidente del gobierno, y mucho menos en que se hayan hecho en dos días seguidos. Me pregunto que, una vez escuchados los cuatro líderes mañana en las televisiones del grupo Planeta, ¿qué de nuevo vamos a oír el martes en esta TVE, la pública, siempre a la deriva salvo aquellos pocos años de Zapatero?

Error tras error, oportunismo tras oportunismo, mentira tras mentira, nos acosan. Las equivocaciones, cívicas, de Pedro Sánchez, han sido dos. La primera, querer meter a la extrema derecha, darle carta oficial, contra toda lógica política que dice que hay que conseguir primero un aval institucional, unos escaños tras votos populares, que te hagan formalmente representativo y parte del juego de poder parlamentario.

Por mucho que algún listillo estratega quisiera meter a los más derechistas en un plató para intentar dibujar un tripartito o un ‘trifachito’ (en reproche de la izquierda) en toda regla y a los ojos de todos, el intento rebasaba cualquier educación democrática y de manera acertada, pero vergonzosa para quien lo defendiera, la junta electoral ha dicho que aquí solo se representa al ciudadano cuando éste ha dicho con sus votos que efectivamente es así.

El segundo error de Sánchez es no apostar clara y decididamente no solo por un debate a cuatro, pues cuatro son los partidos significativos que tienen, más o menos, un proyecto para España, sino no hacerlo porque fuera en la televisión pública, TVE, que si no está para estas cosas, para este servicio aunque sea el único en cuatro años, díganme ustedes entonces para qué existe; los grupos de comunicación privados pueden intentar lo que les dé la gana para ganar audiencia, publicidad, y en definitiva dinero, pero para eso está la responsabilidad de Moncloa en decir, señores, primero la pública, y si ustedes quieren hacer algo pónganse todos de acuerdo.

El consenso democrático en países dignos de tal nombre es que haya un solo debate. Sánchez ha perdido esa partida, por su propio error, y por una presión mediática que viene jugando contra él igual que lo hizo contra Zapatero.

Mientras gobernó Aznar no hubo ni un debate, y en el 2015 el que hubo mientras gobernaba Rajoy, este lo devaluó mandando en su lugar a Soraya Sáenz de Santamaría.

La izquierda hace años que perdió el factor de los medios de comunicación, hoy podría decirse que no menos del 70% está en su contra. En España no es que se haya perdido la imparcialidad periodística, que tampoco es deseable en el sentido ideológico porque todo periodista tiene derecho, obligación más bien, tener criterio e ideas, identificables por la audiencia, sino que se ha perdido una mínima neutralidad, y andan en campaña permanente poderosos medios de la derecha que no se esconden lo más mínimo y actúan como prensa de partido.

La digitalización de los medios informativos, la ruptura de monopolios costosos, no ha venido a mejorar la situación, sino todo lo contrario para la izquierda. Un tsunami de populismo derechista, poderoso por los medios que maneja, arrasa España y a otras democracias. No pinta nada bien para el PSOE esta última y definitiva semana electoral: se va a decidir qué bloque suma, y el de derecha tiene muchas papeletas.