Periodista

Hay gente a la que le ha sorprendido que el PP no sufriese un descalabro más grande en Galicia, tras haber sufrido una deficiente gestión de la catástrofe del Prestige. Algunos incluso se echan las manos a la cabeza cuando ven el resultado de Muxía, que junto con la Carnota del BNG es una especie de zona cero de la tragedia ecológica más grave de la historia de España. Aquellos que son más audaces, quizá también más de izquierdas y/o nacionalistas, proclaman, medio en broma, medio en serio, que la próxima vez ´limpien ellos el chapapote´. De momento, no está muy claro si el ´ellos´ es por los gallegos o por los gobernantes del PP de Galicia. Mucha materia para analizar, así que vayamos por partes. Primero, en contra de lo que se dice, el PP ha bajado en Galicia más que en otras partes: para ser exactos, más de cuatro puntos. La izquierda le supera ampliamente en votos y, extrapolando el resultado del 25-M a unas autonómicas, gobernarían socialistas y nacionalistas. Del mismo modo que ya van a hacerlo en ciudades y pueblos donde reside más de la mitad de la población gallega. Aún así, claro que pudieron haber llegado más lejos la izquierda y los nacionalistas, que en Galicia también son de izquierdas, pero tampoco se han quedado tan cortos. En A Coruña, el PSdeG-PSOE tiene mayoría absoluta, en Lugo también ganó de calle el PSOE, y en Santiago y en Vigo, con margen suficiente. A su vez, el BNG controlará Pontevedra, aunque cede Ferrol, o bien al PP o bien a un independiente que había sido conselleiro con Fraga. La Diputación de A Coruña también pasará a la izquierda. Sólo Ourense, única provincia sin mar, es fiel al PP.

Segundo: Muxía. Y otras muxías de Galicia, que hay más. El pueblo de Muxía concentra una mínima parte de la población, que en su mayoría vive en aldeas donde hay vacas pero no marisco. Y sus habitantes han hecho lo que hacen tantos otros campesinos: votar a don Manuel y a su alcalde, que junto con concejales y amigos del PP les van a buscar a casa para acompañarlos al colegio electoral, de paso que les dan la papeleta y luego se toman unos vinos a la salida de misa. En esta ocasión, a la familiaridad con la que opera el PP en las áreas rurales de la Galicia profunda, hay que añadir un factor muy importante: la gente del mar afectada por el Prestige se ha ganado una pasta. Muchas familias han estado ingresando al mes más de un kilo de los de antes, lo cual ya se está notando en las ventas de coches: mientras en el resto de España titubean, en los concesionarios de Galicia el debate es sobre la cilindrada.

La gente corriente sabe que la Xunta y el Gobierno no actuaron bien en un primer momento, pero también que después le arreglaron la vida. No falta quien opine, como el economista Guillermo de la Dehesa, que Galicia experimentará a corto plazo un boom, consecuencia de las transferencias recibidas, las inversiones públicas y las ayudas producto de la solidaridad de los españoles. Otra cosa es el futuro, a medio y largo plazo, ya que no es lo mismo renta que riqueza.

Ese tipo de análisis ha calado en las ciudades y no digamos ya entre los intelectuales, que se volcaron con la plataforma Nunca Máis. Quienes critican a Manuel Rivas y a sus amigos, entre los que me cuento, junto con Antón Reixa, Antón Losada, Suso de Toro o Xurxo Lobato, dicen con sorna que en ciertos actos de la plataforma que tiñó de negro la bandera de Galicia había más escritores, actores y cantantes que marineros. Tampoco es para tanto, aunque excepcionalmente pueda ser cierto.

La verdad es que la unión de paisanos e intelectuales, de afectados por el Prestige y Nunca Máis, ha sido útil precisamente para recibir ayudas, pues el PP se había asomado a la crisis mirando para otro lado. Y las ayudas llegaron, por momentos a raudales. A esto hay que añadirle que el PP es un partido muy implantado en Galicia, en cada una de sus cuatro provincias, en cada uno de sus trescientos y pico municipios y en cada una de sus más de 30.000 aldeas. Xesús Palmou no dirige un partido de señoritos, sino de gente trabajadora, que cree en don Manuel, más que en Aznar o en los ministros de Madrid. Y todo eso, relleno de confianzas y de favores, no desaparece de un día para otro por muy fuerte que sea la marea del Prestige.