Aquel pequeñajo no le molaba el colegio. Por la mañana, de la mano de su madre, protestaba enfurruñado porque la hermana le hacía escribir «los malditos dibujitos», en realidad números y letras, y vaya rollo. Un día, en la alfombra del cuarto de estar, descansando de su torturante jornada, había resuelto en su cuaderno que treinta más veinte eran cinco y, cuando su apresurada progenitora le advirtió de que le faltaba un cero, respondió con una pachorra que auguraba rechazo por el trabajo serio o cualquier otra actividad empachosa futura:

--Ay, mamá, pon tú el cero, por favor, que estoy muy cansado.

A aquella minúscula le gustaba el cole y jugar con amigas y profes, pero no lo de que a la escuela se va a aprender. Cuando no medía ni medio metro, se quejaba de que había suspendido música: --¡Mamáaaaa, ni siquiera sabía que tenía música! Y otro día, ante el cuaderno de vacaciones de verano que la retrógrada de su madre le imponía, alarmada por el escaso gusto de la enana por el esfuerzo y nada enternecida por la manía de la peque de hacerla jugar a los «terroristas japoneses», escribió displicente en una actividad en que debía colorear un dibujo: --»No tengo colores», dejó la tarea y se fue a jugar con sus primos, que es lo que le pedía su infantil cuerpecito. Y su aun más infantil mente.

A aquellos autoritarios padres jamás se les ocurrió protestar porque los niños tenían muchos deberes, y además les obligaron a hacerlos. Tal vez desnaturalizados, nunca reivindicaron su derecho a estar con los hijos, ni el de los niños a estar con ellos, pues en aquella casa había tiempo para la devoción, la obligación y la diversión, para la Granja de Play móvil, los Caballeros del Zodíaco, un ordenador enorme, pantalla negra y letras verdes y libros.

Aquellos niños crecieron, los padres tienen edad de ser abuelos, y nunca se han arrepentido de inculcarles, en la medida en que pudieron, respeto por los profesores, apego al trabajo y convencimiento de que el futuro siempre es incierto, pero sin disciplina y sacrificio es imposible labrárselo. Llámenles antiguos.