Notario

Dos veces, en los últimos años, he escuchado a Shlomo Ben Ami, exembajador de Israel en España y exministro de Asuntos Exteriores de su país. Doctor por Oxford y catedrático de Historia en la Universidad de Tel-Aviv, es menudo, contenidamente cordial y un punto nervioso. Combina en sus conferencias la documentación sólida con la perspectiva histórica, y las ameniza con vivencias personales expuestas con ironía no desprovista de malicia. En ambas ocasiones ha expuesto idéntico pensamiento acerca del conflicto palestino-israelí: la paz ha de ser impuesta por la comunidad internacional y pasa por la creación de un Estado palestino, por la retirada israelí de los territorios ocupados y por el no retorno a Israel de los refugiados palestinos. Pero, bajo la permanencia de idéntico mensaje, me ha parecido percibir en sus dos intervenciones (marzo del 2001 y mayo del 2003) un tono muy distinto.

Hoy, Ben Ami parte de una constatación dolorosa: el fracaso de su generación, la de los políticos laboristas que creyeron posible la paz sin la guerra. Hoy afirma que, aunque le duela, debe admitir que la paz con Egipto fue posible tras la guerra del Yom Kipur, que la conferencia de Madrid y los acuerdos de Oslo llegaron tras la guerra del Golfo, y que hoy mismo --tras la guerra de Irak-- parece que algo se mueve y hasta Sharon da algún paso impensable hace pocas semanas. "Quizá --concluye-- Sharon logre lo que nosotros no pudimos alcanzar". También me ha parecido captar más dureza que hace dos años, así como menor comprensión y mayor acritud hacia la posición europea. Todo ello demuestra que aún subsiste en Ben Ami la esperanza de paz, pero es más débil y un punto amarga.