Este viernes el Instituto Nacional de Estadística (INE) hacía públicos los resultados definitivos del padrón municipal de habitantes a 1 de enero de este 2019, que revelan un incremento general en España de 300.000 residentes, lo que deja la cifra total en 47 millones de habitantes.

Es el tercer incremento consecutivo a escala nacional, iniciado en 2017, pero por el contrario el octavo también consecutivo en el descenso poblacional de Extremadura que empezó en 2012 una vez que la crisis rompió definitivamente las esperanzas de recuperación, en antesala del 2013 que fue el peor de todos para el país.

Ocho años seguidos de pérdida de población en la Comunidad dan idea de que estamos ya en un viaje sin retorno, habida cuenta de que la salida de la crisis a partir de 2017 ha ido regando con nuevos residentes comunidades como Madrid, Cataluña, Valencia, Aragón, Euskadi y Navarra que tanto comparten; también ha beneficiado a Murcia y al fenómeno turístico-insular representado por Baleares y Canarias, que igualmente van ganando habitantes.

En esta última revisión oficial a enero de 2019, que por tanto hace referencia a lo ocurrido durante el año anterior, se viene a confirmar la evolución absolutamente desigual e injusta, amenazadora desde varios puntos de vista y también en lo ambiental y conservación de equilibrio del territorio, entre la España cantábrica y mediterránea, desde Santander a Murcia, con el añadido mastodóntico de la Comunidad de Madrid que funciona como gran aspiradora de la España interior del viejo y enorme Reino de Castilla, absorbente para extensos dominios rurales aquejados por la falta de comunicaciones, industria, e inversiones y atenciones oficiales.

Y es que el Oeste -sigo recordando que el bueno de Zapatero mencionó en su día un ‘Plan Oeste’ probablemente pacato y en seguridad incumplido-, vive en este nuevo balance demográfico aprobado por el Consejo de Ministros el 20 de diciembre y publicado este último viernes, la gran sangría poblacional y de falta de futuro que en Asturias lleva una década golpeando, y nueve años en Castilla y León: padrón tras padrón, cifras inferiores.

Del desequilibrio hiriente entre el eje interior atlántico, y el mediterráneo, dan prueba de que no solo el Principado asturiano pierde habitantes, también lo hace la provincia limítrofe gallega de Lugo, y su vecina de Orense; pero también toda Castilla y León a excepción de su provincia más cercana al eje del Ebro y mediterráneo, Soria, al igual que pierden habitantes provincias del entorno occidental como son Ciudad Real o Córdoba dentro de comunidades que van hacia arriba.

Es decir, se está fomentando de forma cada vez más firme un vacío demográfico y económico en media España y toda la frontera con Portugal (a excepción de Huelva por su potencial turístico y agricultura de primor como la almeriense), con una ingente extensión de territorios naturales ambientalmente de los más interesantes de la Península en peligro de abandono.

Mientras eso ocurre, la planificación de los mercados y multinacionales -la estatal, la que indicaría la Constitución, parece no existir- está creando monstruosas bombas ecológicas como son Madrid, insostenibles, comunidad que en particular y según los datos está succionando a Extremadura y las dos Castillas de su población más joven y preparada, a excepción de sus dos ‘colonias’ industriales como son Toledo y Guadalajara.

Extremadura pierde en esta última revisión poblacional 5.153 habitantes y sufre la segunda peor tasa de retroceso, un 0,48%, solo superada en lo negativo por la de Asturias; hemos superado incluso en eso a Castilla y León. La comunidad tiene un problema, un grave problema, pero no exclusivo; media España, la España del Oeste y atlántica en general (salvo dos provincias gallegas y Huelva) lo tiene, y también lo tiene el país en general por esta evolución absolutamente injusta, torpe y ciega que requiere de grandes esfuerzos para ser corregida.

* Periodista