Los modestísimos resultados con los que se cerró la Cumbre del Clima (COP25) traducen las dificultades insalvables para concretar en hechos la lucha contra el cambio climático. La decepción de las oenegés y de la comunidad científica refleja el agrandamiento de la distancia entre una opinión pública progresivamente alarmada y demasiados políticos incapaces de comprometerse sin reservas en la lucha contra la degradación del medioambiente. La emergencia climática es una realidad -2019 ha sido un año de récord en el calentamiento global del planeta-, pero los intereses económicos de los mayores contaminantes prevalecen una vez más sobre cualquier otra consideración. La retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París se suma a la inacción de Brasil, India y Rusia, entre otros países altamente tóxicos y, finalmente, la efectividad del llamamiento a que los gobiernos hagan «contribuciones nacionales más ambiciosas que las actuales en 2020» es poco más que una frase cargada de buenas intenciones.

Aplazar a la cumbre siguiente -noviembre del 2020 en la ciudad escocesa de Glasgow- la creación del mercado mundial del carbono y la fijación para el 2050 de la neutralidad climática, como propone la UE, no hace otra cosa que demostrar la negativa a avanzar en este campo crucial y complica la posibilidad de que a final de siglo la temperatura media de la tierra no sea superior a 1,5 grados con respecto a la que era antes de la revolución industrial. Más que de un despropósito hay que hablar de la irresponsabilidad de los negacionistas, que contra todas las pruebas que maneja la ciencia siguen en sus trece -el calentamiento del planeta obedece a causas naturales- para justificar la degradación de los ecosistemas.

La insistencia de las delegaciones menos dispuestas a comprometerse en dar por buenos y suficientes los criterios aprobados en París hace cuatro años pone en evidencia, además, la dificultad de que el multilateralismo arroje resultados, lastrada la discusión por un ambiente generalizado de desconfianza entre los estados y de alianzas oportunistas. Ciertamente, el desenlace de los trabajos de París fue relevante para el saneamiento del planeta, pero la progresión de los malos datos sobre contaminación, temperatura media, acumulación de residuos y otros factores altamente preocupantes debieran haber sido el resorte que permitiera la actualización de lo acordado en el 2015. Es una exageración atribuir la imposibilidad de alcanzar este objetivo a la impericia de la presidencia chilena a la hora de negociar más que a la cerrazón de las delegaciones menos colaborativas.

Cuantos han porfiado para dejar para el próximo año la concreción de medidas más ambiciosas no han hecho otra cosa que contribuir a empeorar la situación. Puesto que no hay ninguna garantía de que en Glasgow las cosas rueden mejor que en Madrid, han conseguido al mismo tiempo que sea un poco más difícil la preservación de un futuro razonablemente acogedor, porque en esta crisis no actuar no hace más que empeorar las cosas.