Los que hemos nacido a la sombra de los Santos Evangelios y a la luz de Trento tendemos a creer que los ojos de aguja se hicieron estrechos para que por ellos no pasaran los ricos. A la luz de los Santos Evangelios y a la sombra de Trento, que tanto monta monta tanto, rico significa usurero. Lutero, Calvino y el resto de la tropa hereje vinieron a ensalzar mercaderes bendecidos por una diosa pagana llamada Fortuna. Y dominaron el mundo. Y fueron ricos y comieron perdices y en los dólares de plata escribieron in God we trust.

Para despellejar sin reparo moral a los empresarios, para tildar de usureros a los bancos, ya solo faltaba la lectura cainita de las obras de inspiración marxista. Armamento suficiente para dejar de pensar. El propio José Antonio dijo aquello de «tenía que nacer y era justo que naciera el socialismo». No debería dar vela en este entierro a José Antonio, él, él que quería nacionalizar la banca. Él, tan Trento, tan imperial, tan católico. Franco no nacionalizó la banca, pero dio amparo a las cajas de ahorro; cajas, por cierto, que son historia porque los jerarcas del régimen presente, los socialistas y los otros, las esquilmaron a conveniencia, sin vergüenza ni recato. Los mismos que luego las privatizaron con el dinero de todos. Los mismos que excitan al odio contra la banca.

No tengo ninguna especial simpatía por la banca. Son como los políticos, medias verdades para sacarte los cuartos. Letra gorda para la media verdad y letra pequeña para la verdad entera. Son. Lo que son. Y después de dicho lo anterior, puestos a opinar, será conveniente que opine que, en el despropósito bochornoso vivido en torno al impuesto sobre las hipotecas (vulgo), los únicos que se han comportado con decencia han sido los bancos.

Mal los jueces. Al menos los jueces que, con desprecio del tenor literal de la ley, se arrogaron la omnipotencia de ciscarse en la propia ley y resolver contra ella, pero también contra la jurisprudencia del mismo tribunal que les da cobijo. Sin encomendarse ni a Dios ni al diablo. Sin calcular las consecuencias de su frivolidad y con violencia para el sentido común.

Mal el gobierno. Embarcados en el populismo más rampante. Ridículos. Modifican el sujeto pasivo de un impuesto con desprecio de la razón, ellos, los que cobran el impuesto, los que pretenden que la juerga se la pague otro. Ellos, los que practican algo peor que la mentira: la memez. Estamos gobernados por personas a las que no les importa cambiar de opinión, de criterio, de norma, con tal de echarle pan a los patos. Veletas desnortados.

Mal la oposición. Lo que se predica del gobierno bien pudiera predicarse de la oposición. Han gobernado durante años y jamás han barajado siquiera la posibilidad de suprimir un impuesto que ahora piden que se suprima. Más pan para los patos.

Mal Podemos. Camiones de pan para los patos. Ellos que han subido el tipo del impuesto allá donde han gobernado, ellos que no se han preocupado de quién pagaba el impuesto hasta hace quince días quince, ellos, los del rencor, ahora se dan por ofendidos. Ellos, los que se quieren comer a los patos.

Mal nosotros, el pueblo, porque nos han dicho que la banca paga, que nos iban a devolver dos mil euritos por hipoteca y hemos dejado de pensar. Nos han puesto una alcachofa delante y hemos bramado furiosos (y necios). Y aquí ya meten ustedes los Santos Evangelios, Trento, Marx, José Antonio y al camarada sursum corda.

Mal todos, todos menos los que trabajan y cumplen. Los que intermedian entre los ciudadanos para que el crédito, de los unos a los otros, sea posible. Los que crean empleo (y mucho). Los que generan riqueza (y mucha). Y esos no son los políticos, ni las asociaciones de consumidores, esos son los jodidos usureros de la banca.