Me llamo Juan Jiménez Parra y soy adicto a la nicotina". Supongo que así habría hecho yo mi presentación, hace 13 años, en una terapia de grupo para dejar de fumar. Luego proseguiría diciendo que a los 12 años ya había dado alguna chupada a algún cigarrillo de un paquete comprado clandestinamente entre cuatro amigos, más por amor a lo prohibido que por saber qué se sentía al aspirar humo de tabaco. Aquellas primeras caladas me supieron muy desagradables y me produjeron una tos brusca e interminable. No volví a inhalar humo de ningún cigarrillo, hasta que con 15 años caí en el vicio, tras obstinarme en aprender a saborear el humo prendido de nicotina, en este caso por ese afán que suelen tener los adolescentes por adquirir conductas de adulto.

Pero de la misma manera que me obstiné en aprender a fumar, lo hice para dejarlo, arduo empeño del que salí exitoso sin ayuda, después de varios intentos. El hecho de escuchar suaves maullidos de gato dentro de mi pecho cuando me acostaba cada noche, me llevaba a recordar los dos paquetes de cigarrillos fumados durante el día, y en mi conciencia se encendía la llama de la culpabilidad por el mal trato que me estaba dando al meterme tanta impureza. Un día decidí fortalecer mi debilidad ante la insistente llamada de la nicotina, y a fuerza de mucha voluntad, conseguí no fumar. El día siguiente fue más duro; y más el siguiente. El cuarto estuve a punto de claudicar, en mi mente sólo cabía el deseo de fumar. Después de estos primeros días, viví otros 15 sumido en una extraña tristeza, intentando ahuyentar los fantasmas nicóticos que me llamaban incesantemente. Tras estos 15 días de inefable depresión, noté que poco a poco mi mente se centraba más en todo lo que me rodeaba y menos en la llamada del tabaco. Ahora digo que fui adicto a la nicotina.

Les escribo esto porque quizá les ayude a dejar de fumar. En invierno apetece el calor de los bares y hace frío en la calle.