Tal vez sea sorda, acaso soterrada, pero en las filas del PP ya hace tiempo que ha estallado la guerra de la sucesión. Durante un tiempo, los aspirantes se disfrazaron de simpáticos delfines y daban ágiles saltos para agradar a Aznar, su severo criador, aunque bajo el agua se transformaran en tiburones. Ahora los temibles escualos han salido a la superficie y exhiben sus fauces sin complejos.

El escándalo político de la Asamblea de Madrid ha acelerado la metamorfosis de los sucesores con opciones --Rato, Rajoy y Mayor Oreja-- y de los que quisieran tenerlas: Zaplana y, sobre todo, Ruiz-Gallardón. Fue el escudero de éste último quien proclamó en voz alta lo que para nadie era un secreto: que la crisis madrileña ha encarnizado aún más la guerra interna por la sucesión de Aznar. Y es que no podía ser casual que desde el PP se filtraran las conexiones urbanísticas de su secretario regional, Romero de Tejada, amigo y colaborador de Rato; ni que un testigo indiscreto revelara los guiños cómplices de Gallardón al PSOE; ni que Rajoy ironice en público sobre las ambiciones y veleidades del alcalde y presidente madrileño; ni que Rato sostenga que Gallardón es "tan importante" que el partido le ha confiado "nada más y nada menos" que la alcaldía de Madrid; ni siquiera que Mayor Oreja, al verse marginado en esta batalla, se empeñe en augurar la inminente suspensión de la autonomía vasca.

Cuando decidió retrasar la designación del sucesor para demorar el inevitable acoso externo al que éste se verá sometido, poco podía sospechar Aznar que los peores navajazos se los infligirían entre sí los propios candidatos.