Los delitos de odios están penalizados en nuestra legislación por cuanto constituyen manifestaciones que dañan la dignidad de las personas, y en muchos casos, incitan a la violencia. En una cada vez sociedad, más multiforme, en la que conviven diferentes ideas, ideologías, pensamientos y culturas el concepto de la tolerancia juega un papel fundamental en el hecho de permitir una convivencia pacífica, en la que se respeten a las personas y no se las estigmatiza, generando comportamientos de intolerancia al diferente. En esto todos debemos ser pacíficamente beligerantes. No se pueden despreciar y menospreciar símbolos e ideas que unen sentimientos y que son reconocidas constitucionalmente porque ello quiebra el reconocimiento a la identidad de la gran mayoría, que también debe ser protegida de esa minoría, que, a veces, con las redes sociales parecen encumbrarse entre la multitud.

El odio como manifestación de prejuicio debe ser combatido en toda sociedad que se precie democrática por cuanto juega el papel del enfrentamiento postular, esto es, el de posicionamiento como eje de confrontación directa entre los que son o somos diferentes, por causa de nuestra forma de ser y de pensar. Y porque sirven para excluir, en base a esas ideas, a unos frente a otros. Las reglas de juego de la democracia nos deben defender de este tipo de actitudes que tratan de rebatir años de historia común de pueblos, ciudades, territorios y contextos internacionales. Lo que no hace mucho se conmemoró en relación a la Primera Guerra Mundial nos debiera valer como estimulante para lo que se hizo mal, y lo que fue alimentado por odios entre países, fronteras e intereses territoriales. Y que conllevó el otro gran conflicto. Por esto, quizás, es conveniente este tipo de tipificación de conductas, que basadas en el odio, tratan de sembrar en la sociedad esquilmas de prejuicios. Los denominados preconceptos de los que hablan algunos, basados en el miedo o la resistencia al diferente por causa de ser distinto.

La globalización a la que también han contribuidos las redes sociales juega ese papel de homogeneización y de posicionamiento de una realidad que es tan virtual, como generadora de sentimientos de desconfianza al que piensa o hace cosas de forma distinta a las que uno, o su colectividad piensa o manifiesta.

Deberíamos generar, entre todos, actitudes y posicionamientos de cierta empatía con capacidad de erradicar acciones embrionarias de intolerancia para evitar, con ello, que repercutan en la convivencia en paz porque lo que ayer era un estigma, hoy ya dejó de serlo al reconocer en la persona el valor de su dignidad. Y al hilo de ello incidir en el papel que pueden jugar los medios de comunicación y líderes políticos respecto a actitudes frente al adversario político, porque no todo debería valer si todos estamos compelidos y comprometidos con una sociedad en la que el odio, o la intolerancia hacia opiniones diferenciadas no deberían suponer peaje alguno, en cuanto a ser parte reconocida y aceptada por la sociedad.

Toca ya pasar de la estigmatización de las personas e ideas al respeto por aquellos símbolos e historia que reconocerlos viene a significar el valor del individuo en su dignidad e integridad personal y colectiva. Las sociedades del siglo XXI son muy diferentes entre décadas, pero esto no puede dar ventaja alguna a lo conseguido hasta ahora en todo lo que tiene que ver con los derechos humanos.