Los españoles tenemos fama de creativos, de festivos, de palabreros y orgullosos. También dicen, o decimos, que somos envidiosos a más no poder y nos fastidia el éxito ajeno, que nos lavamos mucho y ensuciamos más, y que siempre llevamos el reloj atrasado para no tener que reconocer que somos unos impuntuales recalcitrantes.

Dicen --¿o decimos?-- que España es el país de Europa donde mejor se vive. Es uno de los tópicos más señalados sobre las condiciones e idiosincrasia de esta España nuestra. Cierto es --y esto no es un tópico-- que los españoles somos gente sensata que no nos matamos trabajando, pero tampoco dejamos el trabajo por hacer. En ese justo equilibrio impera lo razonable: trabajar para vivir, y no vivir para trabajar. A pesar de que nos amenaza ese nuevo falso concepto neoliberal de que quien más trabaja más dinero obtiene, y quien más dinero obtiene vive más satisfecho.

Chauvinismo aparte, lo cierto es que España seduce y atrae, y bien pudiera ser el paraíso en la tierra, pero no lo es por culpa de los demás, que son los que se empeñan en estropearlo todo.

En España nadie transgrede nunca las normas de convivencia, lo hacen los demás. Todos pagamos religiosamente nuestros impuestos y nunca intentamos engañar al fisco, quienes lo hacen son los demás. Ningún español conduce infringiendo las normas de tráfico, son los demás. Ningún español tiene hijos que suponen mala compañía, son los hijos de los demás. Nadie trapichea para acaparar, ni abusa de los servicios comunes, eso lo hacen los demás. Tampoco el español tira papeles al suelo, ni chicles remasticados, no escupe ni orina en las aceras, esas cochinadas las hacen los demás. El español dice: "La gente no sabe comportarse" en vez de decir "La gente no sabemos comportarnos", porque la gente son los demás.

Sí, España podría ser un país envidiable, pero no lo es por culpa de los demás. Y porque ningún español pensamos que somos uno más de los demás; o los demás de los demás, como dice cantando Alberto Cortez .