Escritor

El premio Felipe Trigo en su XXII edición se celebró el pasado viernes. El certamen literario está bien organizado. Lo patrocina el Ayuntamiento de Villanueva de la Serena e intervienen la Junta, la Diputación de Badajoz y Caja Madrid. Es un evento literario son solera (22 años) que se ha ganado el prestigio a fuerza de decidir con honradez los ganadores y de luchar denodadamente contra una tendencia hacia la apatía o la acedía que amenaza siempre a las iniciativas que van alcanzando cierta antigüedad, y naturalmente contra las desavenencias políticas que acompañan a cualquier acto de relevancia pública. No me adentraré en estos pormenores. Baste resaltar, eso sí, la perseverancia de la comisión lectora, tan eficaz y desinteresada, con fieles miembros como Joaquina Ruiz o Antonio Lozano, que llevan leyendo los 22 años, y la perseverancia de la concejalía del premio, con la difícil misión de mantener el certamen contra viento y marea, a cuyo frente está María del Carmen Serradilla. Es necesario destacar, también, la seria y abnegada participación en el jurado de figuras como Alvaro Valverde, Simón Viola, Manuel Pecellín, Miguel Angel Teijeiro o Juan José Poblador, y este año la presentación a cargo de Teresiano Rodríguez Núñez.

No diré nada más acerca del evento cultural, pero sí lo haré acerca de la materia que constituye su objeto: las novelas. Después de haber leído la veintena de manuscritos seleccionados como finalistas, me surge una pregunta angustiada. ¿Qué está pasando? No me refiero al estilo, ni a la gramática, ni a la composición de las obras... Es la temática lo que me espanta. De un total de ciento veintiséis obras presentadas, esta selección es suficientemente significativa de lo que sobreabunda en los argumentos: una manifiesta falta de esperanza, una desazón de vivir, una desgana existencial palpable... En resumen, una visión negativa de la realidad que sobrecoge. Por ningún resquicio aparece algo de luz; todo es oscuridad.

Las narraciones, bien escritas algunas, no pasan de contener historias situacionales en las que la vida discurre en un continuo desengaño, donde el placer es la única escapada (con innecesarias y oportunistas fatigosas descripciones de sexo explícito, reiterativo hasta la saciedad y con una preocupante exclusión de un erotismo vivo y sensible). Es impactante la recurrencia al suicidio, a la violencia, la eutanasia y a la muerte detallada con todo lujo de pormenores, dentro de una estética existencialista trasnochada, manida y sobada que aburre hasta lo indecible.

No se me malentienda; no estoy juzgando en absoluto la calidad literaria de este premio en concreto, estoy seguro de que sucede lo mismo en todos los certámenes literarios. Es la actualidad de esta sociedad nuestra de principios del tercer milenio lo que despierta mi análisis. Pues veo con claridad que "de lo que rebosa el corazón habla la boca".

¿Esto es lo que consideran literatura mis colegas autores noveles del 2002? Desde luego, la novela por ser creación es un acto libre, nacido de las mismas entrañas del escritor. En su temática saldrá la realidad del ser humano, con sus riquezas y sus lacras; y, por supuesto, la denuncia, la llamada de atención, la interpelación... Así debe ser. Pero, ¿dónde queda la esperanza? Veo que en este mundo globalizado ya no tiene sitio. Esto me preocupa, como a algunos de los analistas contemporáneos (hay recientes estudios muy interesantes al respecto).

Entonces, se me preguntará: ¿Y qué es la esperanza? El diccionario me contesta que es un "estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos". Por lo tanto, concluimos que lo que vemos no es objeto de esperanza, que eso no es la esperanza. No lo es pues un simple y pueril optimismo nos haría decir: "Después de todo, la vida no va tan mal, todo tira para adelante", que me suena a lo de "España va bien".

Pienso que la esperanza es algo que crece allí donde no hay ningún sentido, donde avanza la caducidad, donde está el desierto, donde hay un mundo que se sabe condenado a morir. Es ver y mirar más allá y por encima de todo aquello que nos defrauda y se nos escapa de las manos su sentido.

Sé que en un diálogo franco algunos de esos desesperanzados escritores me replicarían. "Pero hay un final ineludible". Muy bien, eso está en el creer de cada uno, respondo yo; y no por eso vamos a cerrar los ojos conformándonos con "esto", lo poco que tenemos. ¿Nadie mira ya "más allá"? Qué pena.

En fin, qué triste es confundir creación, intelectualidad o progresismo con visión fatalista y desencantada de este mundo. Así está nuestra literatura, nuestro cine... todo. Si no, echen un vistazo.