Tenemos suerte del calor y el frío, porque, si no, no sabríamos qué decirnos. Pero no se trata solo de iniciar la conversación anodina o de terminar el encuentro casual con una referencia al tiempo. Lo que pasa es que necesitamos compartirlo. Es decir, lo que solo parece una muleta para hacer frente a la aburrida convivencia con los demás en realidad se acaba convirtiendo en la herramienta imprescindible de la convivencia, una vez tomamos conciencia de que los demás nos hacen falta justamente para hacer frente al frío o al calor.

El calor. Hemos superado una frontera. Ya no podemos decir que las olas anunciadas en los medios, proferidas como una maldición bíblica, son el equivalente al calor que siempre hace en verano. «Antes no lo llamábamos así», dicen algunos, «pero hacía el mismo calor que ahora». Ya no podemos. Más de 40 grados en media Europa es atravesar la línea que nos separa de un futuro apocalíptico. Y vivimos en un mundo que es un círculo vicioso, porque solo podemos combatir el calor con altas dosis de aire acondicionado que reclaman una energía que generará más calentamiento global.

Volver a Carner. Ante este panorama, solo nos queda la poesía. En una de estas olas terroríficas, deshidratado y sin consuelo, he vuelto a Carner y a su poema Símbols, una absoluta delicia que empieza como una lección de retórica, continúa con una descripción metafórica y termina con un símil hilarante. Los símbolos sirven para entender lo que no podemos palpar, pero que está presente en nuestras vidas: el Sol, la Luna, «el demente verano donde estamos». Es piedra «que se vuelve brasa» y un aire «que se torna plomo». Y la camiseta se convierte en una segunda piel, porque el sudor «la empotra» en la piel primera. Un verano que es como una señora «abultada de nalgas», enorme, que intenta subir a un tranvía y no puede. «Sobre el estribo un pie, uno solo, deja». Llegan tres personas y la ayudan, pero «son pocos una criada, un chico y uno de Agramunt» para izarla y meterla dentro del tranvía. El verano: la pesadez, la sensación de abatimiento colosal, la impotencia. Carner lo escribió hace más de 100 años. Puede que las cosas no hayan cambiado.

* Escritor