El sistema democrático es mejorable, desde la ley electoral a cualquier otro aspecto, pero es intocable, y lo que hicieron los concentrados en torno al Parlamento de Cataluña, no es intentar mejorar el sistema, sino atacarlo. Con esta actitud dan pábulo a quienes creen que el movimiento se les ha ido de las manos y ha caído en las de los provocadores, los antisistema que aprovechan cualquier circunstancia, como un acontecimiento deportivo, para incitar a las algaradas y a los disturbios. Asediar la sede del poder legislativo de una comunidad autónoma es una acción antidemocrática que, además, pudo dar lugar a otros problemas de orden público de los que ellos serían los únicos responsables.

Con su actitud, los indignados también dan alas a quienes, desde el otro extremo, están reclamando la intervención policial como única forma de respuesta, incluso sin tener en cuenta el fiasco habido días atrás en la plaza de Cataluña. Y no lo tienen en cuenta porque son defensores del cuanto peor mejor. Por eso no dudan en vincular los insultos al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y a su familia, al movimiento contestatario. Si esa filosofía del deterioro de la situación política española es compartida por quienes están dirigiendo en estos momentos las protestas, ya pueden olvidarse de la solidaridad de la ciudadanía y de las simpatías que hasta ahora habían despertado.

EL PERIODICO EXTREMADURA comparte la base del malestar existente entre la gente joven, sobre la que se cierne la incertidumbre de un futuro marcado por el desempleo y las dificultades para disponer de una vivienda, como también denuncia la tolerancia con la corrupción que tan a menudo nos escandaliza. Pero no se puede tratar a todos los políticos como si fueran ladrones y, por extensión, a quienes los han elegido como necios. El movimiento del 15-M debe terminar con las agresiones y decidir su futuro. O lo canaliza bien, por cauces pacíficos, como han insistido los que todavía mantienen visible la protesta en Cáceres y Badajoz, o caerá en manos de provocadores que solo les conducirán a la frustración y a la manipulación.

De la misma forma, los políticos --los catalanes y los del resto de España-- deben dar respuestas a lo que sucede. Otra cosa sería mirar irresponsablemente para otro lado.

Tienen que encontrar vías para encauzar el caldo de cultivo que hace tan fuerte este movimiento ciudadano de apenas un mes de existencia. No pueden escudarse en los episodios como los vividos en Barcelona y en la incuestionable legitimidad de su elección democrática, ni en los manifiestos errores que cometen los dirigentes del movimiento, para hacer oídos sordos a lo que ocurre en las plazas de nuestro país.