XVxivimos en una democracia tutelada, cuyos fundamentos debemos denunciar. Nos engañan con nuestra supuesta libertad, cuando en verdad nuestros derechos democráticos son casi inexistentes. Sin embargo ningún partido denuncia esta ofensiva realidad. ¿Por qué? Pues porque viven apoltronados en su cómodo sistema de privilegios, en el que no responden ante nadie, ni tienen contrapeso alguno de poder. Las fórmulas creadas por la transición, muy adecuadas para la España de los 70, se han quedado desfasadas para una sociedad que ha evolucionado de manera sensible. Como no existían partidos en el inicio de la transición, se les concedieron una serie de privilegios para ayudarlos a consolidarse. Pero han pasado 30 años, nuestra sociedad se ha hecho democráticamente madura, y, sin embargo, los partidos siguen funcionando bajo los mismos supuestos de hace 30 años. Nuestro modelo de aparato-partido se ha quedado absolutamente antiguo, pero nadie levanta la voz contra ese carpetovetónico entramado.

Empecemos por partes. La política en España es el partido político. No existe ninguna otra vía de participación distinta a la de los partidos, que ostentan el monopolio absoluto de la acción democrática. Pero su funcionamiento interno no se atiene a los principios democráticos que dicen representar. La docilidad con respecto al poder interno es el principio indispensable para los que quieren hacer carrera política. La Cámara no está compuesta por los representantes de los ciudadanos, sino por los seleccionados por los poderosos de los correspondientes partidos. El votante ha sido enseñado a votar a bloques, independientemente de los nombres que figuran bajo sus siglas. Es muy frecuente oír en el seno de los grandes partidos: Ya sabes, aquí pones una cabra y sale . Hay que romper ese vergonzante sistema de elaboración de listas, que desconfía de los ciudadanos, a los que toma por menores de edad. Pero los privilegios no acaban ahí. Aunque mucha gente no lo sepa, el diputado no tiene facultad alguna de iniciativa parlamentaria. Todo ha de ser aceptado por los órganos del grupo, que han sido nombrados desde el partido. En nuestra democracia tutelada, el Parlamento es prescindible. Bastaría con que los portavoces se reunieran en torno a una mesa camilla y decidieran mediante voto ponderado. Los diputados son simples máquinas de votar lo que les ordena su respectivo portavoz, que a su vez sigue indicaciones del partido. Los aparatos no se conforman con el privilegio de elegir a dedo a sus candidaturas, sino que además las controlan a través del comisariado político que en verdad son los grupos. Las sesiones parlamentarias sólo tienen un objetivo: salir por televisión. Los debates jamás convencen a ningún diputado. Nunca las intervenciones parlamentarias cambiaron el voto de nadie. No es sostenible este modelo de parlamentarismo vergonzante. En España no existe separación de poderes. El único poder es el del aparato-partido, que pone y controla a los diputados. El gobierno y el legislativo son meras expresiones de un solo poder, el que emana del partido que los nomina. Tampoco el poder judicial es independiente: el Constitucional y el CGPJ son elegidos por los diputados, esto es, por el partido. ¿Y qué decir del fiscal general del Estado, directamente nombrado por el Gobierno? Con estos precedentes, afirmar que en nuestra democracia tutelada existe la separación de poderes, no es más que una simple broma. En verdad todo el sistema gira en torno a un poder exclusivo, el del partido político.

Pues pongo sobre la mesa una propuesta para volver a ilusionarnos con la política: ¿por qué no reformamos en profundidad las leyes --Constitución incluida-- que sustentan esta ficción de democracia en la que vivimos? Yo, al menos, me apuntaría.

*Exministro y escritor