Cuando Mariano Rajoy calla, ya habla Esperanza Aguirre para decir eso que no se atreve. Preguntada directamente por los abucheos en Colón, manifestó lamentarlos para luego justificarlos añadiendo que Zapatero se los merecía y además eran culpa suya. Según la lideresa , fue la aviesa disposición de tribunas y público, taimadamente diseñada por el zapaterismo para evitar las protestas, lo que de verdad alimentó el griterío. El pueblo soberano no veía a qué o a quién estaba exigiendo la dimisión y aplicó el principio que debe regir toda algarada organizada como Dios manda: en caso de duda, pitos.

Entre vivas a la libertad de expresión, la intrépida María Dolores de Cospedal comparó los pitidos en un acto institucional con los aplausos al líder en un mitin de partido. Era lo que le faltaba al pobre Rajoy, salir abucheado en los saraos de su partido. Ya bastante le silban los oídos con el fuego de la prensa amiga.

La misma derecha que criminaliza los pitidos al Rey, o acusaba a Nunca Máis de engañar a la gente para rebelarse contra el Prestige , o alertaba de cómo los ciudadanos protestaban contra la guerra empujada por el perverso Alfredo Pérez Rubalcaba , acaba de descubrir que los gritos en la calle son la libertad de expresión en estado puro. Bendita sea.

Entre tanta invitación a la pachanga democrática, también enternece la idea de la ministra Carme Chacón para pactar un protocolo de blindaje antialgaradas. Eso solo funciona en regímenes muy avanzados, como Corea del Norte. Aquí, no está claro qué puede dar más votos y a quién: si achuchar a berridos al presidente o las imágenes de los patriotas que vociferaban tan airados y tan coléricos. Recordaban mucho al pendenciero Monk Eastman, uno de los héroes de la Historia universal de la infamia , de Jorge Luis Borges . Aquel que luego de promover un desorden en la vía pública, decidió promover otro desorden mayor y se alistó en un regimiento de infantería.