La ambigüedad de la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, a la hora de aclarar si va a disputarle o no al actual líder nacional Mariano Rajoy el liderazgo del PP en el congreso de partido que se celebrará en el próximo mes de junio, se ha convertido casi en un juego --con abundantes referencias al mus-- o en un terreno abonado para las apuestas entre comentaristas políticos.

Sin embargo, lo que late tras las alegres declaraciones calculadas al milímetro es la sorda batalla que se ha iniciado por el liderazgo en la derecha española. Y eso ya son palabras mayores, poco aptas para las políticas de salón o de un plató de televisión.

En plena votación de los compromisarios para el cónclave de junio, los militantes populares no saben si van a asistir a un congreso abierto, es decir, con más de una lista y final incierto, o a la ratificación, prácticamente por aclamación, de Mariano Rajoy como presidente ´del proyecto´ del PP.

Es posible que la estrategia de amagar y no dar ensayada por Esperanza Aguirre acabe pasándole factura. Pero lo que es seguro es que Mariano Rajoy se ha dejado muchos pelos en la gatera en la gestión de la derrota de las elecciones generales celebradas el pasado 9 de marzo en nuestro país.

Primero fue un silencio misterioso; luego, a la vez que arreciaban desde la prensa más exaltada los intentos de moverle a Rajoy el sillón, anunció que seguía, tras hacer un poco convincente análisis del batacazo.

Finalmente, el líder de los populares hizo gestos inequívocamente innovadores, como fue el caso del nombramiento de Soraya Sáenz de Santamaría como portavoz en el Congreso de los Diputados, aunque sucumbió poco más tarde a la tentación cesarista al invitar a sus adversarios a abandonar el partido.

Los dos grandes protagonistas de la pugna han tratado en las últimas horas de enfriar la caldera. Y hacen bien. Pero eso no quiere decir que no quede pendiente un debate crucial en el seno del Partido Popular, que ojalá se produzca de la manera más serena posible.

Si en algo tiene razón Aguirre es en que la lectura de la derrota del 9-M --la segunda de Rajoy, aunque Felipe González y José María Aznar también perdieron dos veces antes de ganar-- debe hacerse en profundidad. No estaría mal, en este sentido, que los populares reflexionaran sobre sus resultados en regiones como Cataluña, País Vasco, Andalucía e incluso Extremadura, a la que por cierto el líder popular acudirá el próximo viernes (ese día tiene previsto estar en Cáceres) para recabar apoyos ante el congreso nacional.

El PP tiene ante sí el inmenso reto de replantear su estrategia, después de haber apostado sin éxito por las posturas extremas. Tal debate pasa, ineludiblemente, por la selección de las personas que lleven adelante el proyecto. Sería un error cerrar en falso el congreso de junio por cálculos personalistas y a corto plazo.