TDturante las últimas semanas hemos asistido a un intenso debate mediático sobre las reivindicaciones acerca de lo que se ha dado en denominar, "el derecho a decidir". Algunos se han sorprendido, al calor de actos multitudinarios, cómo determinados personajes han expuesto sus opiniones.

En las tertulias y foros la dinámica de los argumentarios recuerda la de los tribunales de Doctorado: en la mayoría de los casos se establece una estrategia en la que se comienza ensalzando lo positivo para culminar remarcando las deficiencias.

Aquí pasa algo parecido, se nos comienza relatando las bonanzas del estado de las Autonomías para aprovechar cualquier resquicio y colarnos el anatema de que está incompleto, de que hay que ponerse al día, de que han aparecido nuevos problemas que atender... en definitiva haciendo calar lo preciso de lo necesario.

Además se amparan en la filosofía del esencialismo tratando de ocultar la letra pequeña que esbozan siempre que pueden: regular las competencias normativas y de gestión que tienen las Comunidades Autónomas sobre los impuestos, así como el modo de repartir su recaudación entre éstas y el Estado, pero nunca como asunto prioritario sino como algo que depende o que cuelga del tema identitario.

Si te descuidas encima te echan en cara el aparente esfuerzo de solidaridad que hacen las Comunidades de mayor capacidad fiscal. De nuevo confundiendo y tergiversando la realidad pues no pagan los territorios, sino las personas.

Duele quizás más cuando tratando de contentarnos se atreven a plantear que a lo mejor se puede fijar determinadas cantidades mínimas para garantizar el Estado del Bienestar en el conjunto del Estado, pero el resto debería dejarse en manos del que recauda, dando de nuevo por supuesto falsamente que los impuestos, a día de hoy se pagan en su totalidad en y a las Comunidades Autónomas.

En definitiva, lo de siempre, "la pela es la pela". Bajo la cubierta de los sentimientos se esconde el supuesto principio del cuartelillo: "lo mío es lo mío".