WAw unque José Luis Rodríguez Zapatero elogie ahora las primarias que va a celebrar el PSOE en Madrid, a nadie se le oculta que si las hay es porque él no ha podido convencer a Tomás Gómez de que retire su candidatura a las autonómicas del año próximo. Las primarias siempre han de ser bienvenidas, pero en este caso se ve demasiado que la cúpula socialista las ha aceptado a la fuerza. Si se enfrentan dos candidatos es porque el secretario general del PSOE ha irrumpido en el Partido Socialista de Madrid (PSM) para promover a la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, como futura rival de Esperanza Aguirre, en detrimento del líder del PSM y candidato natural a encabezar la lista, Tomás Gómez. Esta decisión es tanto más sorprendente cuanto fue el propio Zapatero quien eligió hace tres años al alcalde de Parla y lo presentó como un hombre nuevo y joven que iba a renovar el partido. Gómez, en efecto, ha pacificado una federación socialista con pasado conflictivo, un trabajo que hasta sus adversarios le reconocen. Pero se le paga con el intento de ser desplazado por Jiménez que, sin desmerecer su labor como ministra, ya fracasó hace años al disputar la alcaldía a Alberto Ruiz-Gallardón. A Gómez ni siquiera se le ofrece el derecho al fracaso en la que sería su primera oportunidad ante las urnas. La razón para no confiar en Gómez son las encuestas internas, que dan a Jiménez 13 puntos de ventaja sobre Gómez. Zapatero debería haberse ovidado de los sondeos y pensar que las elecciones se ganan, más que con la imagen, con la labor de gobierno.