TEts admirable ver a los ciudadanos llenar las calles con sus reivindicaciones. Se puede gritar a favor de la subida salarial, de la construcción de un parque, por la erradicación de la pobreza o para que la ratio de las aulas de infantil de tres años no supere los veinte niños. La reclamación de derechos no puede tener límites, pero debemos plantearnos qué legitimidad existe en reclamar la supresión de los derechos del prójimo cuando no afectan en nada a los nuestros. Las familias españolas pueden tener problemas porque los horarios laborales no se están adaptando correctamente a las nuevas necesidades, porque las instalaciones de algunas de nuestras escuelas dejan bastante que desear, porque no existe ni la figura del auxiliar de puericultura en las escuelas infantiles y porque los parques parecen campos de entrenamiento para legionarios. Pero deben saber los obispos y sus seguidores que a ninguna familia le afecta que A y B se casen y quieran tener hijos. Luchar para impedir la felicidad del prójimo no es la mejor forma de practicar la tolerancia, y negar a los homosexuales la posibilidad de formar una familia es el mayor ataque a la institución que hemos visto últimamente.

*Profesor y activistade los Derechos Humanos