Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

En el juego político español, las concepciones nacionalistas, que es mucho más que los partidos nacionalistas, van paulatinamente ganando terreno, impregnando y condicionando gran parte de nuestro debate político. No hay fuerza política importante en la que no haya una deriva nacionalista, atenuada y con sordina en unos casos, más pujante y combativa en otros. Hasta el PP ha evolucionado en Cataluña de la pura derecha española a la dereta catalana, que es tan de derecha o más en lo económico y social que la restante derecha del país, pero algo diferente. Ciertamente no ocurre lo mismo en el País Vasco en donde el acoso etarra ha convertido a los populares vascos, e igualmente a los socialistas, en grupos resistencialistas que rayando lo heroico defienden la cohesión territorial del Estado.

El PSOE superó su centralismo histórico, y ya desde la práctica refundación en los años setenta, acoge en su seno a partidos socialistas territoriales de carácter nacionalista, integrando a la mayoría o federándose con ellos; salvo el PSC, que conserva sus características propias, el resto han sido subsumidos en el conjunto del PSOE. La asunción del federalismo, ni ahora ni antes presenta dificultades en el campo socialista. Cuestión ya de carácter meramente académico porque el Estado de las Autonomías va más allá que muchas constituciones federales.

Bien, hasta aquí todo lógico y correcto, nuestro modelo político territorial se corresponde con la pluralidad y diversidad de España. Pero en política, la conquista del poder y el usufructo del mismo representa lo que el beneficio en el mercado. Y es aquí donde las corrientes nacionalistas pueden jugar un papel inquietante.

Los partidos nacionalistas lo hacen desde su posición de partidos bisagra, que pueden dar o quitar mayorías parlamentarias a cambio lógicamente de concesiones competenciales. Esto gustará más o menos, según latitudes o actitudes, pero está en la lógica de nuestra dinámica constitucional y no tiene porqué forzosamente debilitar la cohesión del Estado. Puede incluso salir reforzada si hay un reconocimiento mutuo de la necesidad de estabilizar en el tiempo los marcos concretos en los que se desarrolla la acción política.

Otra cuestión distinta, pero de importancia creciente, es la deriva nacionalista interna dentro de los partidos políticos, adoptando poses o tics de los nacionalistas para intentar ganar puntos ante la ciudadanía de sus territorios. Claro está que hacer la competencia a los partidos nacionalistas en su propio campo resulta un tanto difícil. Y sin embargo, esta actitud puede poner sombras de dificultad a la hora de definir un proyecto de Estado que acepten la mayoría de los españoles sin reticencias.

En todo caso, la semántica no puede ser traicionera y una terminología ambigua que disimule la reivindicación de instrumentos que confieren la soberanía de hecho, nunca será la solución al problema. De todas formas, siempre es de agradecer que no se digan cosas tales como que uno no se siente español ni quiere serlo.

La deriva nacionalista debiera obligar a PSOE y PP como partidos vertebradores del Estado a una convergencia, clara y explícita, en la definición de los elementos básicos que conforman la soberanía del Estado dentro de nuestro marco constitucional. Y por grandes que sean las tensiones entre estos partidos, jamás esta cuestión debiera ser utilizado como bandera electoral.

España es muy compleja, lleva siglos siéndolo, superando tensiones y contradicciones que han desarrollado en los españoles un agudo instinto de conservación que nos llevará a durar milenios.