Es curioso. No sólo es que no crea en los libros que se han dado en llamar de autoayuda. No. Es que directamente me molestan, casi me perturban. Así que, lector de Paulo Coelho, quizás no esté llamando a la puerta indicada aquí.

Disfrazados bajo el sagaz (editorial) manto de los manuales, de la reflexión pseudo psicológica, de la charla pretendidamente científica, estamos invadidos. Rodeados. Todo el mundo tiene la frase célebre, la cita ingeniosa, la sentencia ‘más grande que la vida’, en su ‘bio’, en su muro, escrita en su frente, ‘blowin in the wind’. Como en ‘Juego de Tronos’: si no tienes un lema, eres segunda clase (vas aviao, que dirían en nuestra tierra).

Sí, sí. El respeto, señores, los colores en los gustos y la democracia parlamentaria. Ok. Pero también está el criterio, el estudio, el conocimiento. Tengo claro que san Google nos ha vuelto a todos más sabios y más agudos (inserte su cita favorita de Oscar Wilde aquí), pero por lo menos algunos, espero que no pocos, sabemos que eso da para poco más que para charla de café. Hemos dejado la profundidad y el análisis en el sótano de nuestras aspiraciones, absorbidos por la comodidad del clic y el disparo rápido de la frase que todo lo calla. Ya saben: el universo conspira para que usted, bla, bla, bla.

Pero hete aquí que: ¡los astros se han alineado a mi favor! Quería escribir este artículo hace un par de semanas, pero la actualidad (incluso la personal) habían ocupado estas líneas. Y me encuentro con que estamos en plena semana de pasión, y que PP y Ciudadanos, los que más pelean son los que más se desean, desbloquean los presupuestos. Depongo mi actitud: sí existen las conspiraciones universales.

Quizás no lo recuerden ya, pero en las últimas semanas se produjeron en nuestro Congreso dos relevantes debates de ley: uno, sobre los presupuestos generales para 2018; otro, sobre la derogación de la prisión permanente revisable. Y sería lógico. Están verdaderamente cercanos en el tiempo, pero la acelerada cuestión catalana -que todo lo invade- puede que los haya arrojado de nuestra memoria a corto plazo. O, a lo mejor, fueron los propios debates en sí.

EL PRIMERO, el más lejano ya, atañía al presupuesto. Hubo coincidencia en los medios: fue un debate plano, reiterativo, aparcado de política y sorprendentemente ausente de propuestas concretas. Mucho rifirrafe descafeinado, con apelaciones al destino del gasto público, pero sin que nadie presentara números o desgranara planes que superasen las proclamas y unas tomas de posición que, de antemano, conocíamos. Desapasionado, en fin.

El segundo, la derogación de la prisión permanente revisable. Con la pulsión de las agitaciones públicas sobre la muerte de Gabriel aún calientes, y con la presencia en las gradas de los padres de Diana Quer, Mari Luz Cortés o Marta Castillo. Es decir, un escenario que invitaba a la mesura, al uso adecuado de la palabra, a la defensa de unos intereses sin necesidad de lesionar o manipular sentimientos, de remover conciencias y no exclusivamente votos.

¿Y qué creen que vimos? Se desbordó la pasión. Una discusión bronca, plagada de insultos y envenenados dardos. Una pelea barriobajera, con todas las armas permitidas. Incluso, la de la perversión emocional de esos padres que tragaban bilis y miraban asombrados. Como el resto, sólo que ellos con el orgullo intacto y un sordo dolor en sus corazones. Un debate, por cierto, que se podría haber ahorrado hasta que se pronunciase el Constitucional sobre el recurso presentado por el PSOE. Pero visto está que a algunos le va el lingotazo de alta graduación y la pornografía parlamentaria.

Observen que en ninguno de los dos casos he tomado posición ni hecho mención de culpas a ningún partido sobre el tono de los debates. Porque no va de esto sino de las razones de la inflexión en sendos debates, ambos de máximo interés público.

¿Saben cuál es mi conclusión? Que en el primer debate faltó la pasión porque exige. Hay que leer, prepararse, estudiar, saber. El proceso presupuestario, su aplicación y ejecución, pueden ser terrenos áridos y que demandan rigor. En definitiva, un esfuerzo de concreción que aleja el confort de la algarada y agarrada, del lucimiento ideológico, del retuit y la frase de titular.

En realidad, de la desvergüenza de lo fácil y de la satisfacción de la sonrisa de los ya cautivados. Entrar en el bar entre loas (de los tuyos). Qué pasión.

* Abogado. Especialista en finanzas.