El mercado laboral en España se ha estancado. Dos cifras conocidas este miércoles lo revelan aunque parezcan contradictorias. El número de personas que cotizan a la Seguridad Social aumentó menos que de lo que es habitual en el mes de septiembre, aunque en Extremadura fue significativa la bajada. Y el número de personas inscritas en el paro creció, especialmente en nuestra región. Casi podemos decir que en España ni se crea ni se destruye empleo. Estamos ante un indicador plano. Las causas pueden ser diversas. Una posibilidad es que se esté reduciendo la estacionalidad de la ocupación. Este estancamiento del mercado laboral puede ser un síntoma, otro, de la desaceleración económica que muchos pronostican. En esta hipótesis coinciden, al menos, tres dinámicas diferentes. Por una lado, la amenaza, cada vez más inminente, de un brexit salvaje que Boris Johnson ha vuelto a esgrimir en la convención de su partido. Y que también sacudió a las bolsas internacionales este miércoles. Cualquier gran inversión está hoy condicionada por esta posibilidad real. Y a menor inversión, menos ocupación. En segundo lugar, la posible recesión en Alemania sigue siendo una amenaza real que desactiva a los sectores exportadores, donde se crea ocupación de mayor calidad. Y en tercer lugar, la incertidumbre política española no ayuda a crear empleo. Todo son incertidumbres y ya se sabe que la economía precisa de estabilidad y, muy especialmente, de previsibilidad. El cóctel no es explosivo, pero cada día inclina más la balanza hacia una previsible crisis.

Este análisis coyuntural no debería distraernos de mirar los problemas más estructurales de la ocupación en España. Ni en lo mejores momentos del boom económico se logro la plena ocupación. Entonces y ahora hay un serio desajuste entre la oferta y la demanda, cosa que pone en entredicho el sistema educativo y los programas de formación permanente. La crisis ahondó en esta dinámica y la salida de la crisis se ha hecho renunciando a determinados niveles salariales, cosa que tiene un impacto directo sobre las cotizaciones y ponen en jaque el sistema de pensiones.

Todo ello nos lleva a la constatación de que una crisis económica ahora nos cogería peor preparados y que podría precipitar el impacto de nuevos retos. España lleva cuatro años sin hacer reformas estructurales y las que se han intentado se han hecho sin acuerdo entre los agentes sociales y bajo la presión de la devolución de la deuda. El nuevo ciclo político debe acabar con esta parálisis.