El pasado día 5 de septiembre, viernes, sobre las 18.45 horas, subí a la Montaña caminando, como suelo hacer cuando dispongo de tiempo. Llevaba casi dos años sin subir. Hacía mucho viento y había bastantes nubes. A la altura de la Ermita del Amparo, ví que estaba abierta y que había basura en el patio de la casita adjunta, pero al ser tarde no me detuve, continué hasta alcanzar la Montaña, momento en el que empezaron a caer la primeras gotas de agua. Tras una rápida visita a la Virgen de la Montaña, bajé lo más deprisa que pude y al llegar al Amparo, ya sobre las 20,15 horas y oscureciendo, la ermita continuaba abierta. Entré. Todo parecía estar en orden. Salí y dí una vuelta por la casita que recuerdo tan cuidada, con sus antiguos inquilinos en la puerta, como es costumbre de muchos mayores y siempre vigilantes del Amparo. Había basura por todas partes y la vivienda estaba abandonada. Me imaginé que habrían muerto o ingresado en alguna residencia. El paso del tiempo que no perdona. Esperé unos minutos, por si llegaba la persona responsable de cerrar, pero sólo pasaba algún coche de la Montaña muy de tarde en tarde. Reconozco que me entraron ganas de llorar. A las 20.22 horas, ya casi de noche y lloviendo, regresé a casa, completamente desolada y mirando atrás con frecuencia. La ermita seguía abierta. Desde aquí apelo a los responsables: cofrades, ayuntamiento o quienes tengan la competencia. ¿Vamos a permitir que el Amparo se convierta en refugio de drogadictos y vagabundos? La Ermita del Amparo, como la Virgen de la Montaña, es de todos los caceresños y queremos que permanezca intacta y cuidada, como ha estado siempre.

Manuela García Plata **

Cáceres