Empeñados en construir una sociedad a la medida de nuestros deseos, en conquistar las más altas cotas de bienestar, en no escatimar esfuerzos con tal de ver cumplidos nuestros más íntimos sueños, en dejarnos esclavizar por una serie de necesidades de demostrada inutilidad, hemos pretendido crear un modelo sobre el que asentar las estructuras básicas del futuro, pero por el camino nos hemos dado cuenta de que estamos embarcados en un empeño inútil, pues no hemos sabido anteponer lo fundamental a lo accesorio.

Por eso se nos vienen abajo los esquemas cuando conocemos casos como el ocurrido en Asturias, donde los padres de una joven de 13 años, se han visto obligados a recurrir a la administración autonómica para que asuma la tutela de su hija, ante la imposibilidad manifiesta de poder educarla. Una muchacha que se ha hecho acreedora de un nefasto historial, faltando a clase durante seis meses, escapándose varias veces de casa, robando, delinquiendo, atemorizado y pegando a otros compañeros, desarrollando un tipo de conducta antisocial y delictiva impropia de una persona de esta edad, algo que afortunadamente no suele ser habitual.

Pero cuando este tipo de hechos se producen, no podemos dejarnos llevar por un sentimiento de indefensión o de indiferencia, pensando que son actitudes ajenas a nuestro entorno, y achacar la paternidad de estos comportamientos a errores o a despropósitos propios de la sociedad, del Estado, del sistema educativo, del propio individuo y sus circunstancias o de unos padres que han perdido el rumbo y se han dejado arrastrar por la vorágine de un modelo de perniciosa permisividad, en el que han sustituido las normas y los valores por el consentimiento caprichoso, lo que les ha llevado a una situación de la que se ven incapaces salir por sí mismos.

Cuando alguien defiende un modelo educativo basado en el esfuerzo y en la disciplina, inmediatamente le atribuimos una consideración residual, asociada al pensamiento retrógrado, como si pretendiera recuperar unos valores denostados, consustanciales a un pasado del que pretendemos escapar, pero hay que ser conscientes de que sin esfuerzo no es posible el éxito, y sin la aceptación y el cumplimiento de una serie de reglas no es posible la conquista del futuro. Movidos por el deseo de universalizar la enseñanza, de garantizar el derecho constitucional de igualdad de oportunidades, se está consintiendo que los alumnos promocionen casi de forma automática, lo que provoca un efecto desmotivador, que va calando de una forma subliminal e inconsciente en la mente del alumno y que le lleva a considerar que las metas y los objetivos se consiguen gratuitamente.

XEL ESTADOx no tiene por qué ser el que supla la labor asistencial de la familia, ya que existen una serie de roles, de pautas y de modelos de comportamientos que le son inherentes. Solamente cuando los padres se convierten en las auténticas víctimas, como en el caso de esta familia asturiana, es cuando las instituciones deben procurarles una atención especializada, ya que estas personas se ven incapaces de reconvertir la mala conducta de su hija, a pesar de haberse sometido a toda suerte de terapias, de haber participado en escuela de padres, de haber aplicado con ella una disciplina inductiva, pero estos métodos sólo son eficaces cuando tienen un carácter preventivo y anticipatorio, ya que sirven de poco, una vez que la situación se desbordada.

Gamberrismo y delincuencia juvenil, en mayor o menor grado, han existido siempre, no se trata de una epidemia exclusiva de este tiempo, tampoco conviene cargar las tintas sobre temas como la desestructuración familiar, o las patologías sociales, o sobre la incorporación de la mujer al mercado laboral, ni sobre los irracionales horarios sin apenas tiempo de dedicación para los hijos; la cuestión radica en ese modelo de superprotección que se ha instalado en nuestra sociedad y del que todos somos responsables, y que no repara en proporcionarles a los jóvenes, desde muy temprana edad, todo tipo de caprichos, algo que les hace sentirse arropados por una comunidad opulenta, demostrando una muy escasa tolerancia a la frustración, poca convicción en sus propias posibilidades, y una innecesaria exaltación del individualismo, llegando a alcanzar cotas de irresponsabilidad nunca vistas, al no asumir las consecuencias de sus propios actos, atribuyendo todos los males a una ajena autoría, porque se han construido un acolchamiento y una coraza de impermeable cinismo.

Nunca la juventud ha disfrutado de tantas oportunidades como de las que disponen actualmente, de tantos recursos educativos, deportivos, lúdicos o culturales, ni de tanto diálogo, asesoramiento y ayuda, y sin embargo nunca ha existido este grado de apatía, de gregarismo, de negatividad y de falta de implicación. Pero si consentimos que estos casos que, ahora aparecen como extraños y aislados, se generalicen, si no ponemos remedio a tiempo, podríamos vernos ante un panorama como el de esos ríos que se desbordan y cuyas aguas adquieren una fuerza incontrolable.

*Profesor