Dicen que el progreso pasa por una cultura activa de la paz y por el desarme, y es verdad. Pero no sólo los cañones son armas, también lo son la propaganda o la narcotización de las conciencias. Por eso nadie debe extrañarse de la analogía, porque la lectura, y el libro en particular, se ha enarbolado históricamente como un arma: se ha censurado, enaltecido, perseguido, quemado o convertido en fuente única de verdad.

En nuestra cultura occidental, también lo que Chartier llama la cultura letrada sirvió de reducto de privilegiados, y por eso avanzar en alfabetización era lo mismo que avanzar en democracia, de ahí que las revoluciones y andanadas del siglo XX siempre venían a incidir en aquel lema de escuela y despensa . Más modernamente, la lectura ha servido igualmente de trinchera ideológica , sólo hay que ver la lucha encarnizada de las ideologías; por ejemplo, nuestra generación, se abría en los pasillos de las Facultades de los años 70 y 80 a una literatura clandestina donde buscábamos ávidos los libros de Althusser, Marx o Lacan . Algo que, por suerte o por desgracia, ha desaparecido en el contexto actual universitario, donde lo que cuenta es el pragmatismo, los créditos o el omnipotente mercado .

XCIERTAMENTEx, hoy la posmodernidad lo ha revuelto todo, y tampoco es ya verdad que una persona culta y comprometida sea la que se nutre de aquellos libracos o de las películas de Arte y Ensayo, ni que la Universidad o la escuela sean los únicos agentes de alfabetización. La familia , el entorno ciudadano , las redes sociales o internet también tienen mucho que decir. Tampoco es verdad que el mundo en torno a la lectura funcione como una especie de Disneylandia idílica: profesores, escritores, libreros, bibliotecarios, etcétera, no siempre tienen los mismos intereses o enfoques del tema, no van al unísono, al contrario, chirrían las piezas cuando por ejemplo unos pedimos que las instituciones apuesten de verdad por la Literatura infantil , y otros lo ven sólo como un floreciente mercado. Otro caso: se insiste en algunos indicadores cuantitativos o de hábitos que los especialistas sabemos de sobra que no son relevantes, pero sobre los que se asientan ciertos tópicos. Así, saber, en un momento puntual, cuánto o qué lee una persona es menos relevante que conocer su historia de vida como lectora, la cartografía lectora de esa ciudad, etcétera. Si la escuela, el barrio, la biblioteca, etcétera, sólo irradian estímulos que adocenan, que sólo aplauden lo que les dice el mercado, si echan mano sin más de un canon de lecturas, ¿a qué sorprenderse de que la gente cada día lea menos y escriba peor?

Así que hagamos de la lectura un espacio des-militarizado , libre de preconcepciones o adoctrinamientos, un viaje abierto al mundo, que no se reduzca al aula, a la biblioteca, a homenajes manidos. Susceptible de integrar todos los lenguajes y soportes posibles para que el niño llegue a ser, como quería Cervantes , un "lector discreto", inteligente, que sabe seleccionar. No obliguen, no prescriban, no tutelen, no se pasen en orientar, porque la lectura es un ejercicio de libertad, como aquellos personajes rebeldes de Fahrenheit 451 que leían en voz alta paseando al lado de un río. Eso sí, eliminen lo más posible las armaduras , los envoltorios, los trajes con que se viste todo eso, como si la lectura asegurara el éxito o la felicidad (¡cuántos famosos y pudientes son ágrafos!). Al fin y al cabo, como dice Chartier, los creadores no escriben libros o enciclopedias sino textos, que llegan a las manos de todos como arcilla que cada uno moldea. Por tanto, fomenten prácticas alfabetizadoras creativas y críticas, que ayuden a que cada uno tunee , despiece o desarme el texto a su medida; y formen buenos mediadores que acompañen a los jóvenes en esta tarea nada fácil. Hagan, pues, lo mismo que Cervantes, fastidiar a los dogmáticos y a los intolerantes, fomentando la lectura como construcción activa del sentido del mundo, que por ello mismo es necesariamente ambigua y abierta al misterio.

Que no todo sean centros comerciales. Que se multipliquen los entornos favorables a la lectura y la escritura --que no es sólo hacer bibliotecas y colegios-- . Y que si hay que poner a alguien en un pedestal, que sea al lector, y especialmente a las minorías más desprotegidas, niños, jóvenes o sectores desfavorecidos, caminando hacia un nuevo concepto de alfabetización ciudadana, mucho más ilusionante e inclusivo. En esta trinchera estamos muchos, y la Universidad de Extremadura, con la Red de Universidades Lectoras, es sólo una avanzadilla más para fraguar entre todos esta lectura desarmada .

*Catedrático de la Uex.