Una de las situaciones que está generando el covid-19 es la pérdida de derechos. Desde que nos recluyeron en casa nos grabaron a fuego que como sujetos pasivos podemos perderlos. Hemos vivido dando explicaciones cuando salíamos a la calle incluso justificando la salida con el ticket de la compra en muchas ocasiones. Otro de los derechos que hemos visto mermados ha sido los relacionados con la sanidad. Ahora es más fácil morir de cualquier enfermedad que no sea el coronavirus. En estos días he vivido dos situaciones que comparten el mismo denominador común, estar enfermo, llamar al Centro de Salud de Atención Primaria y diagnosticarte por teléfono, eso sí, mucho paracetamol y agua. Si empeora, al hospital. Desgraciadamente cuando se empeora, y en algunas ocasiones puede ser debido a un error en el diagnóstico, terminamos recargando las urgencias hospitalarias y generando mayor coste al sistema traducido en mayor número de pruebas, traslados hospitalarios en ambulancias, etc. Resulta que el covid ha sembrado el pánico en los Centros de Atención Primaria a pesar de que en las terrazas, bares y demás espacios de ocio estemos alegremente bajo el visto bueno de las autoridades sanitarias. Resultado de todo lo anterior es que si acudo a urgencias con un familiar no puedo acompañarle a menos que esté embarazada que para esta situación sí puedo. Esperemos que llegue la normalidad, pero no la nueva que ésta tan solo parece una subnormalidad más y tengamos Atención Primaria y no desatención, que es más fácil ver ‘El médico a palos’ en el Teatro Romano de Mérida que te ausculten en un Centro de Salud. ¿Es esto telemedicina o adivinación, Sr. Vergeles?