Periodista

En cierta ocasión, alguien muy cercano me preguntó en París dónde estaba el ambiente. La respuesta, por obvia, fue irrelevante. Y resulta que, en estos momentos, vivimos esa etapa cíclica de la Navidad, te guste o no, la sientas, la disfrutes o la padezcas. Sobrecogidos con la tragedia de Bam, la histórica ciudad iraní destruida por un terremoto, nuestras ficticias y episódicas, además de acomodadas, navidades se conmocionan. Mas torna, de inmediato, la calma. Seamos pragmáticos, es el mensaje dominante: los sucesos ocasionados por la madre naturaleza, y la falta de previsión humana, están tan lejos, geográfica y emocionalmente, que pasado el impulso solidario nos conformamos con la realidad circundante. El mundo, al alcance de nuestros ojos. Como el viejo NODO. Ligero problema puede ser que los ojos de la comunicación nos interrelacionan con los otros, y a veces hasta fastidian, pero enseguida volvemos a nuestro pequeño mundo, que es en el que nos movemos de forma vital. Ni siquiera cabe aludir al egoísmo intrínseco de la persona, o a la forma de educación recibida, ni a la antigua circunstancia orteguiana; todo el mundo reducido al poder del instante. Y quien controla el medio, controla, de facto, el mundo aparente. ¿Restaría lo virtual? ¡Y una leche! que la realidad es más dura de roer de lo que pueda aparentar. Y emerge, o puede emerger, en cualquier momento, para zozobra de los manipuladores de la ética existencial. Tema viejo, en verdad, y con consecuencias muy negativas en el cómputo general de las ideologías. Pero nunca hay que perder la esperanza de que esto cambie, siempre pesando en el bien general, o sea, eso que denominamos el pueblo.

El último cuento de Navidad ha ocurrido en Badajoz, por ser lugar próximo y no por señalar, y que, como tal cuento, no suele ser advertido, como la estrella de oriente, salvo que te caiga encima de tu tejado.

Pongamos que soy alcalde y que tengo un terreno de mi suegra, adquirido hace años; pongamos que se lo vendo a un promotor que me da diez pisos, o más, y dos meses después, lo recalifico gracias a mi mayoría absoluta en el ayuntamiento. Por supuesto que el constructor no sabía nada de que iba a ser recalificado ese terreno, pero creía en los Reyes Magos. Todo legal.

Pongamos que mi abuelo tenía un terreno en una zona cercana a Badajoz city. Y que en el futuro Plan General de Ordenación Urbana, los técnicos habían señalado esa zona como de edificabilidad máxima. ¿Tiene alguna culpa mi abuelo, que en paz descanse, de vislumbrar un pelotazo urbanístico? Por si acaso, me salgo en el momento de la votación en el Pleno municipal. Inútil recordar a Hamlet cuando clamaba que algo olía a podrido en su Dinamarca natal; en primer lugar, porque Shakespeare es una referencia teórica, de libro de texto anticuado y olvidado; y, en segundo lugar, porque el dramaturgo inglés no es concejal del PP en el Ayuntamiento de Badajoz. La ética y la estética aristotélica se contraponen, puede ser, ¿o no?, con la legislación vigente. Pero hay que denunciarlo, por encima, o por debajo, de que los aludidos, en el colmo del cinismo y de sus intereses particulares, aconsejados por sus asesores, se cabreen y el pueblo ni se entere o no se quiera enterar, adormecido por los últimos cuentos de Navidad del pragmatismo imperante, por la supuesta discusión de las Españas y sus financiaciones autonómicas, por la guerra de Irak, por la cuentas de la hipoteca o por las dificultades de llegar a fin de mes. Pero es obvio que a algunos les ha tocado la lotería sin haber entrado en el bombo aleatorio de la igualdad de oportunidades. Feliz año 2004, en especial a los que no han hecho trampas.