El surrealista anuncio de ETA de romper la tregua indefinida (que ella misma violó un par de meses antes en la T4 con el asesinato de dos inocentes inmigrantes ecuatorianos, que dormitaban en sendos automóviles) produjo de inmediato una intensificación de la vigilancia personal, así como de la pública. La primera advertencia de las autoridades, el mismo día del estúpido anuncio, ha sido que todos aquellos que se sientan amenazados incrementen la vigilancia, vuelvan a rodearse de guardaespaldas y no se fíen de ningún sospechoso. Algunos sospechosos son vecinos de uno, así que imagínense ustedes qué suerte de vida tienen que llevar estos conciudadanos nuestros.

Mientras tanto, en Gran Bretaña, el hoy exprimer ministro Blair , justo un mes antes de abandonar el poder anunció nuevas leyes antiterroristas, a raíz de la detención de tres sospechosos de preparar nuevos ataques terroristas en su país, y algunos, fuera. Otros 17 habían escapado de la redada y habían desaparecido. Las leyes proyectadas por el Gobierno incluyen mayores poderes de pesquisa e intervención policial y de vigilancia de sospechosos. La proliferación de cámaras de vídeo y de televisión de circuito cerrado --ahora los Mossos de Esquadra las tendrán más eficaces y en más lugares para que les vigilen a ellos-- es uno más de estos métodos de vigilancia. Los ejemplos podrían multiplicarse.

XSI CONTINUAx la tendencia en todo el orbe civilizado, es decir, en las democracias liberales con sus constituciones y garantías de libertades individuales, entre las que se encuentra el derecho a la privacidad y a la intimidad, llegará un momento en que el dilema autonomía individual/seguridad ciudadana produzca una ruptura entre ambos elementos. El debate, ya no solo filosófico y ético, sino práctico, sobre cómo resolver la tensión entre los imperativos de la seguridad y los de la libertad, se ha intensificado. De momento, no se ha resuelto de ningún modo, salvo por medio de la decisión de algunos gobernantes autoritarios --como Bush -- a favor de las exigencias de la seguridad. Por eso los movimientos sociales en defensa de los derechos civiles tienen tanto trabajo y dificultades en su tarea.

Por ahora la tendencia parece ir a favor de las medidas de supervisión y vigilancia. Pero estas encuentran sus escollos: el mundo no puede ser regido por un Gran Hermano como el propuesto por George Orwell en su inmortal 1984 --de obligada relectura hoy-- porque un solo ojo con un solo cerebro es imaginable, pero no es plausible. Aldous Huxley , en Un mundo feliz , se acercó más a la verdad, pues allí la vigilancia era de todos contra todos, difuminada y difusa, en un universo de inseguros violentos, de desconfianza universal.

Los gobiernos modernos creen cumplir con su deber democrático estableciendo cuerpos policiacos de seguridad y vigilancia constante. Pero el eterno problema --como se demuestra cuando a alguna policía se le va la mano o, peor, ejerce la violencia contra los ciudadanos, dentro o fuera de sus cuarteles-- es saber quis custodiet ipsos custodes . Quién vigila a los vigilantes. No ha sido resuelto, aunque algunas sociedades, más civilizadas que otras, parecen no caer con tanta frecuencia en las beneméritas redes de los informes negativos, nunca suficientemente loados, de Amnistía Internacional.

Mientras tanto, hay gobiernos que solo tienen derecho a callar. Es penoso para los amigos de Estados Unidos escuchar la retórica de sus mandatarios a favor de la libertad y la democracia mundializada cuando quieren imponerla mediante bombardeos, cárceles como la de Guantánamo, que viola todos los acuerdos de Ginebra, o prisiones como las de Abú Graib.

Amigo lector: siento decepcionarte. Imagino que uno lee reflexiones como las presentes esperando que el que las expone podrá anunciar una solución, por modesta que sea, para encaminarnos a todos hacia ella. En cambio, ante el anuncio de la vuelta al terror con que nos regalan los fanáticos y los bárbaros, me asalta la perplejidad. En efecto, algunos de nosotros hemos superado la noción infantil --si alguna vez caímos en ella-- de que había que cerrar los manicomios, abrir la puertas de las prisiones, y poco menos que abolir la policía. Pero ello no nos ha hecho reaccionarios ni amigos de la mano dura indiscriminada, así que vemos con la mayor alarma el aumento cada vez menos sutil de la vigilancia, a diestro y siniestro. Ya sabemos que no solo es culpable el Gobierno: los mayores amigos de la policía represiva son los terroristas, como en algunos países han sido los grandes aliados de los militares golpistas, al darles el pretexto para su asalto a la democracia.

Los países celosos de sus libertades civiles --y algunos, como Inglaterra, lo son muchísimo-- contemplan las tendencias hacia la solución vigilante e intervencionista, que confiere arbitrariedad a las policías y autoridades administrativas, con honda preocupación. Sus propios gobiernos están confusos: algunos han apoyado leyes de protección de derechos civiles y firmado convenciones internacionales sobre derechos humanos, amén de aceptar tribunales internacionales de justicia, siempre tan celosos ante cualquier violación del derecho que tienen los ciudadanos a hacer lo que les plazca y a tener una inviolable vida privada. No lo tienen, no lo tenemos fácil.

*Sociólogo