Cautamente, como si estuviésemos en épocas pretéritas, algunos medios de comunicación insinúan que existe descontento en el estamento militar. Por cuestiones meramente salariales. Posiblemente los suboficiales y la oficialidad disconformes con el reparto de las subidas, que beneficia sobre todo al generalato, tengan bastante razón.

Pero están expresando sus quejas a través de los cauces debidos, dando una vez más muestras de la disciplina que el estamento castrense ha venido mostrando, desplantes aislados exceptuados, desde el inicio de la transición y, sobre todo, después del 23-F.

Lo dicho no resta justificación a las reivindicaciones laborales de la Policía Nacional y de la Guardia Civil. Lo que ocurre es que no estamos en el mismo caso desde el punto de vista de la disciplina: la manifestación madrileña de la Benemérita, celebrada el pasado 20 de enero, y en la que se llegó a gritar "Zapatero , embustero", resulta, a mi modo de ver, intolerable.

Una cosa es que desde el Ministerio del Interior y desde la Dirección General de la Guardia Civil, que recae en la misma persona que la Dirección General de la Policía Nacional, no supiesen reaccionar con previsión ante la que se les venía encima, y cosa muy distinta es que quien debe hacer guardar la ley sea el primero en vulnerarla. Y la manifestación uniformada, ante la que muchos quieren, forzadamente, mostrarse comprensivos, fue una vulneración de la ley en toda regla. Como lo fue una manifestación anterior de policías, que llegaron a cortar el paseo de la Castellana en Madrid.

Claro que no cabe dramatizar ante estos hechos, que, sin embargo, sí constituyen una seria advertencia. Como son una advertencia a considerar algunos avisos llegados de los Estados Mayores acerca de la capacidad defensiva actual de nuestras Fuerzas Armadas. Dentro de lo que debería ser una nueva orientación de las prioridades del actual Gobierno socialista, el estado de ánimo en los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado y en los Ejércitos merecerían, acaso, una consideración especial. No porque un descontento, o desánimo, en estos sectores suponga riesgo alguno para el ya sólido sistema democrático, sino por una cuestión de mera justicia: no se puede tratar peor a quienes cuidan de nuestra seguridad que a otros colectivos, con tareas acaso menos sacrificadas.

*Periodista