TNto hay peor observador que el situado en la atalaya equivocada. Si no ves el campo de operaciones, describes mal la situación. Si, además, te dominan los prejuicios, tu relato incompleto resulta encima tergiversado. Es la sensación que se tiene oyendo comentaristas económicos, leyendo prensa escrita o viendo telediarios. ¿Qué partido están retransmitiendo? ¿Desde dónde se lo miran? ¿No se equivocarán de deporte?

¿Qué son los mercados? El significado del término de ha desplazado de la Boquería al parquet bursátil. Claro que la bolsa existe, pero hoy más que nunca no representa a la economía, hay que decirlo alto y claro de una vez por todas. Es un espacio especulativo que, como puede verse fácilmente, vive momentos de euforia cuando los políticos toman decisiones que no convienen a la ciudadanía y cae en el pánico cuando algún gobernante osa coger el toro por los cuernos.

Si diagnosticamos la realidad mirando solo esos famosos mercados financieros y valorando las cosas con los criterios anacrónicos del periclitado modelo desarrollista, llegaremos a conclusiones disparatadas. Es lo que ocurre a diario. Con el tiempo, nos costará entender tanta obnubilación. Hemos saludado el crecimiento piramidal y meramente contable como la gran consecución de la economía moderna. Ahora que se hunde cual castillo de naipes, los buitres siguen cosechando beneficios mientras los observadores enceguecidos claman por la vuelta a la situación que nos ha llevado a la catástrofe.

Reconvertir actividades, procesos y sistemas de evaluación para que en la bolsa se negocien valores y no falsas expectativas, para que el crecimiento sea el discreto resultado de la actividad económica y no su finalidad y motor, y para que el presente sea real y no el simple prólogo fugaz de un pretendido futuro virtual, será difícil. Pero imprescindible, creo. La sostenibilidad, más allá de chácharas de unos y descalificaciones de otros, es justamente eso.