La tasa de paro juvenil de la zona euro, la que afecta a la población entre los 16 y los 25 años, es del 24,4%. En España sube hasta el 57,4%, algo más del doble del desempleo general, que es del 26,7%. En casi todos los países miembros de la Unión Europea el porcentaje de parados jóvenes duplica la media global, de donde cabe deducir que el problema del desempleo entre la gente más joven es el mismo que entre el resto de la población, y que cada país tiene un mercado de trabajo con sus peculiaridades.

El caso de España, líder europeo tras Grecia, es conocido. El empleo destruido tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria no ha podido ser reabsorbido por el resto de los sectores económicos. Otros países donde el ladrillo no llegó a adquirir tanto peso ni atrajo a tanta mano de obra poco cualificada han podido compensar los efectos de la crisis con una industria que mantiene el tono gracias fundamentalmente a las exportaciones, dado que los mercados internos europeos están casi tan depauperados como el nuestro.

La clave sigue estando en la industria, de la que España carece en una proporción suficiente. No es solo un problema de que haya más universitarios y menos graduados en formación profesional que en Alemania, por ejemplo. Nuestro problema es la industria. La nueva economía, la de la tecnología punta y las telecomunicaciones, no genera ni mucho menos tantos puestos de trabajo como se necesitan. Los jóvenes son precisamente los más preparados para esos nuevos campos, pero no hay sitio para todos, ni mucho menos. Además, las empresas aprovechan las circunstancias del mercado y las nuevas legislaciones para reducir al máximo sus costes laborales. Esa es la razón que explica que los jóvenes no solo tengan la tasa de paro más alta, sino que cuando consiguen trabajo lo hagan en unas condiciones de suma precariedad.

Los países de la UE, incluida España, ponen en marcha tímidos programas de apoyo al empleo juvenil. A juzgar por los resultados, no podemos considerarlos como programas de éxito. Bruselas debería analizar si una política económica de ajustes tan rápidos como la que aplica, que deprime la demanda, es la más adecuada para mantener la ocupación, tanto la de los mayores como la de los jóvenes, porque al final las razones del desempleo son las mismas.