Adiós pequeño Julen. adiós ángel inocente. Te precipitaste fuera de la vida agarrado al terror más grande y más insoportable. Habías descubierto un agujero, como podías haber descubierto una lombriz o un gato. Y ese agujero te sedujo con su hondo y misterioso silencio como un gato te pudo seducir con su blanda agilidad felina o una lombriz con sus ineficaces contorsiones.

Tu bolsa de chuches era un tesoro en tus manitas y el pozo que habías descubierto era una nueva maravilla. ¡Qué mayor felicidad cabían en un niño de dos años que estaba descubriendo la vida!

Y de pronto, la caída precipitada, desgarradora y oscura hacia lo hondo, hacia un final tan trágico, tan horrible, tan insoportable.

Quedaba un balbuceo torpe y malherido, un papá aterrorizado, en el vacío, temblando de eco en eco, volando hacia la luz como un jilguero moribundo.

Adiós pequeño Julen. Si existen los ángeles, ahora estás entre ellos. Todos te queremos, sin haberte conocido. No estás muerto, no. No puede ser. Vives en muchos corazones, has hecho niñas a muchas almas endurecidas. Has quitado importancia a todos los argumentos tristes de nuestra vida. Nos has humanizado. Nos has hecho mejores. A costa de tu vida, tan corta, tan completa, tan frágil.

Pequeño Julen, ángel bueno, descansa en paz.