XExl pueblo siente adoración por el Príncipe. Hacen colas por verlo pasear de la mano de su novia o por mirarlo besando los pies de la estatua de un santo. Algo que no ocurría desde tiempos inmemoriales. Así que no me explico como a Rodríguez Ibarra o a Floriano no se les ha ocurrido, entre tantas promesas estériles, la de crear por aquí nuestra propia monarquía. Después de todo, parece un magnífico negocio, y sin competencia.

En Madrid les está funcionando a las mil maravillas, de modo que no es descabellado suponer que también a nosotros habría de funcionarnos. No somos tan patosos.

Puede que al principio se nos vaya un poco el presupuesto. Habría que buscar un fondo considerable para el capítulo de propaganda --entre otras cosas, porque no es fácil convencer a tanto descreído como anda suelto por el mundo de que el mismo Dios ha puesto su dedo sobre la frente de la familia elegida--; pero no hay que desesperar por tan poca cosa: un poco de paciencia, mucho lujo, y la gente acaba creyéndoselo todo.

También es cierto que nosotros, que somos unos linces para las innovaciones (ahí están, sin ir más lejos, el Linex y el Quovis ), podemos sacar provecho de los doscientos años de monarquía austríaca y de los trescientos años de experiencia borbónica para evitar ciertos errores. Por ejemplo, a los ciudadanos de Madrid se les va un pico en enviar a sus príncipes a colegios costosísimos, por lo general de países extranjeros. Esta es una inversión de dudoso rendimiento que nosotros podríamos obviar. Sopesado bien el asunto, es fácil llegar a la conclusión de que para ir a cazar faisanes, esquiar en Candanchú y competir en las regatas de verano, apenas se precisa algo más que las cuatro reglas, y un buen preparador físico.

Nosotros, para iniciarnos con modestia en el invento --tampoco es cuestión de ir haciendo alardes de nuevo rico--, a nuestro Príncipe (al cual podríamos escoger haciendo una especie de Gran Hermano entre los solteros de mejor ver de la región, y esponsorizar con este ardite nuestra monarquía), bastaría con que lo enviásemos a los jesuitas de Villafranca de los Barros, para que fuese practicando en el arte de besar estatuas y de mondar naranjas con cuchillo y tenedor.

Habrá quien opine que esta propuesta mía es una memez, que ya hay por aquí más de uno y más de dos que viven como auténticos príncipes a costa del dinero público. Pero no es lo mismo. Necesitamos un cabeza de familia que nos represente a todos. Y lo necesitamos con urgencia, en especial ahora que Ibarra da muestras de cansancio. Un hombre guapo y soltero que sepa leer discursos con aplomo, que se constituya en el paladín de las viejas tradiciones, que haga soñar a las mozas casaderas, que llene de esperanzas el corazón de las madres y que reparta privilegios y blasones entre los que mejor le bailen el agua. Una cosa sencillísima y que, además de glamour, está demostrado desde antiguo que acarrea riqueza para el pueblo. Parece que no, pero al son de lo tonto se crean cientos de miles de puestos de trabajo. Constructores de palacios, chóferes, guardaespaldas, periodistas, aduladores, recaderos, hombres felpudo, hombres alfombra, hombres costaleros... Una legión de almas dispuestas a dar la vida y la hacienda por algo tan bonito y excelso como es una monarquía. Esto es lo que quiere el pueblo, y ya se sabe que el pueblo nunca, nunca se equivoca.

*Escritor