Entre la esperanza y la ansiedad, nos adentramos en esta desescalada donde tan necesaria va a ser la responsabilidad individual como la eficacia de la autoridad.

Mal empezamos si el prestigio del organismo coordinador está en entredicho, así que debe de ser por eso por lo que los sufridos desescalantes desconocemos la identidad de quienes dirigen nuestra ruta. O más bien para evitar querellas y denuncias seguras cuando todo pase, allá sea en otoño o cuando el buen Dios decida.

Es cierto que en esta crisis hay más expertos casi que candidatos a enfermar, pero sea cual sea el motivo del anonimato de quienes más poder sobre nuestras modestas vidas, la suya y la mía tienen, querido lector, en estos momentos, les aseguro que de todos los abusos que el poder está cometiendo desde hace dos meses en nombre de la salud pública, este me parece uno de los que más atenta contra la dignidad del ciudadano. Y llámenme excesiva, pero créanme que, si no pudiera en mí ahora mismo más la necesidad de conservar la calma, preservar la serenidad y no sucumbir a la rabia que solo conduce a la pérdida del equilibrio interior, no adoptaría este discurso distanciado, irónico e indulgente sino que bramaría al modo jeremíaco con un llanto incontenible por la normalidad perdida y esta nueva normalidad que permite a los gobernantes de un estado democrático ocultar la identidad de las personas que deciden sobre sus derechos consagrados no ya en la Constitución, sino en la Declaración Universal de los mismos.

¿Cómo vamos a confiar en quien se oculta mientras decide sobre nosotros? ¿Qué pusilanimidad y envilecimiento no hay en esa actitud menesterosa? ¿Dónde está el Defensor del Pueblo, la oposición, los sindicatos que reaccionan ante los abucheos al poder porque no es momento de exasperar?

Termino, que ya es mucho patetismo tanta interrogación retórica. Y me despido desescalando con la prudencia y responsabilidad de la que hemos hecho gala el pueblo soberano en este ya largo viacrucis. Aunque lo que me pida el cuerpo en verdad sea gritarles a la cara: ¡que desescale su tía!

*Profesora.