ETA no ha logrado su propósito de provocar unas navidades sangrientas. La eficaz intervención de la policía ha impedido que un tren cargado con dos artefactos explosivos llegase a la estación madrileña de Chamartín, donde los terroristas preveían que estallasen. El frustrado atentado demuestra hasta qué punto la actuación policial y la debilidad organizativa de la banda están reduciendo su capacidad de matar.

No existe ninguna tregua implícita, sino una detectable impotencia por parte de los criminales. Tampoco le queda a ETA capacidad de maniobra política: ni siquiera sus acciones irracionales parecen coordinadas con las ofertas de cese de la violencia, a cambio de la formación de un frente nacionalista, que lanzan los representantes de la disuelta Batasuna, y que, aún más tras la elección de Josu Jon Imaz, rechaza el PNV.

Repudiados por buena parte de la sociedad vasca, asediados por la policía e ilegalizado su aparato político, los violentos y sus socios están en un callejón sin salida. Ni Ibarretxe, tramitando mientras ETA aún existe su plan de autodeterminación, ni Aznar, exaltando los ánimos con su nacionalismo excluyente, deberían brindarles un atisbo de esperanza en su estrategia del terror.