XLxos actos conmemorativos del Doce de Octubre, con desfile militar incluido, están dando pie a un inesperado y voluminoso número de comentarios, no todos bienintencionados, por cierto. El motivo central de la cuestión ha sido el bienintencionado gesto del ministro de Defensa de explicitar, con una escenificación de impacto, la superación de los avatares históricos que enfrentaron a los españoles. Algo así, como una nueva versión de la ya añeja reconciliación de los españoles. Esto de la reconciliación , empieza ya a tener una larga tradición entre nosotros. Ya a finales de los cincuenta el PCE lanza una muy famosa Jornada de Reconciliación, con programa extraordinario de Radio España Independiente emitiendo desde Bucarest. Santiago Carrillo hacía un gesto adecuado a los tiempos y personalmente, en mi opinión, sincero. Ya en aquellos momentos, incluso desde la izquierda más radical, se sentía como básicamente superada la Guerra Civil Española, lo que no quiere decir que las costuras de la herida estuviesen totalmente cerradas. Si a finales de los cincuenta no lo estaban, a mediados de los setenta sin la menor duda, y es precisamente esta reconciliación la que permite la transición de un régimen dictatorial a uno democrático de forma modélica.

Con este marco histórico, insistir, ya en el siglo XXI, en la asumida y digerida reconciliación, necesitaba de una puesta en escena impactante, y la verdad que la ocurrencia para conseguirlo sí que lo ha sido. La ofrenda ante el monumento que simboliza los muertos españoles en contiendas de cualquier clase, hecha por un veterano de la División Azul y otro de la División Lecrec, impactante es sin duda; pero superada la sorpresa y garantizada la buena intención, no elevemos a categoría la anécdota. No se trata de reivindicar la execrable División Azul, que combatía bajo la bandera de la cruz gamada y a las órdenes de uno de los peores dictadores que ha dado la Historia, como tampoco creo que se pretendiese homenajear a los liberadores de París, sino algo más próximo, querido y entrañable. Pienso que lo único que se ha pretendido manifestar es la unidad de todos los españoles, más allá de concepciones y militancias ideológicas, con su historia, con su ejército y con los símbolos con que nos identificamos en el concierto internacional.

Sacar las cosas de quicio y convertirse en celoso guardián de la pureza de las doctrinas resulta siempre un poco sospechoso, porque las vestiduras siempre se las han rasgado los fariseos y el celo en los purismos es patrimonio de los Torquemadas.

Por lo demás el desfile fue como todos los desfiles, los aviones reconociéndose por el ruido, con escorzo de cuello incluido, y los legionarios con su cabra al galope. En el anecdotario político Maragall presente Ibarretxe ausente. De peor índole ha sido la ausencia del embajador norteamericano, que ha querido evidenciar su malestar con el gobierno de Zapatero, esta actitud no es la mejor, porque más allá de que muchos ciudadanos deseemos que pierda Bush y gane Kerry, las instituciones son las instituciones y la hipersensibilidad del embajador un tanto exagerada.

El desfile de nuestro Ejército sugiere múltiples preguntas, algunas nos las debimos hacer en su momento, y ya no tienen sentido, como es por ejemplo la de tener un Ejército exclusivamente profesional, que irremisiblemente le aleja de la ciudadanía; pero hay una cuya respuesta importa mucho a todos ¿Tenemos un Ejército capaz de hacer frente a contingencias en las que su intervención sea básica? Hoy por hoy, los ejércitos siguen siendo necesarios, cubrir los objetivos previstos en material y recursos humanos también. Como en la vieja canción, Soldadito español, soldadito valiente, del orgullo del Sol me besaste en la frente,...

*Ingeniero y director general de Desarrollo Rural del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación