Allá por mediados del siglo XIX, en plena guerra política entre conservadores y liberales ingleses, dos grandes oradores, uno por bando, centraban la actualidad política del país, el entonces primer ministro británico, conservador, el conde de Beaconsfield, Benjamin Disraeli, y su homónimo liberal, William Gladstone.

Dicen las malas lenguas, que una vez le preguntaron al prolífico conde de Beaconsfield la diferencia entre desgracia y catástrofe a lo que éste contestó irónicamente: Si mi compañero de oposición William Gladstone, cayera al río Támesis, eso sería una desgracia; pero si alguien lo sacara del agua, eso sería una catástrofe.

Parece que nuestro empático, y simpático, al menos a mí me lo parece, Miguel Ángel Revilla, ha pedido «cordura» a los políticos nacionales para que no haya que celebrar nuevas elecciones, porque sería «una catástrofe». Hombre, señor Revilla, una catástrofe no sé, un desastre, seguramente.

Pero el desastre, no es que el señor Pedro Sánchez no sea presidente del gobierno, ni siquiera que la lista más votada, que ha sido el PSOE, lidere el nuevo gobierno, e incluso que no le dejen gobernar en solitario. Pues no, señor Revilla, el desastre, que no la catástrofe, es darnos cuenta que nuestros políticos dan más cuenta de sus sillones que de sus obligaciones, que serían los ciudadanos. El desastre, es comprobar, de facto, que nuestros políticos están más centrados en ganar las próximas elecciones que en aglutinar, en una mayoría, social, consensuada y proporcional a lo que el pueblo, el sufrido pueblo, que es utilizado según convenga a intereses particulares, decida su futuro, en mayoría.

España, necesita un gobierno, y es cierto. Y además lo necesita cuanto antes, porque si nadie ha caído, seguimos en prórrogas de presupuestos. Sin embargo, España no puede permitirse un gobierno pese a quien pese, creando desigualdades entre comunidades autónomas a cambio de votos, incluso de solo un voto, como por desgracia conocimos ayer. Ni un gobierno cuyo sustento sea la venta de carteras, carterista, como se le acusó a Azaña cuando se guardó tres carteras, carteras malvendidas, o maldonadas, como dice la leyenda. No señor Revilla, unas nuevas elecciones sería un desastre político, una catástrofe es que no las hubiera queriendo gobernar como sea y con quién sea, con tal de que William no se ahogue en el Támesis.

* Maestro