Gran parte del territorio mundial padece una triste enfermedad. El mal se llama desertificación. Es crónico en determinados lugares del planeta y avanza con rapidez en muchos otros paisajes. Los factores desencadenantes están claramente identificados por los científicos: mala gestión de los recursos hídricos, incendios forestales, mala planificación urbanística, sobreexplotación agroganadera, efectos del cambio climático.... Y su tratamiento parece ser bastante arduo y costoso, a la vez que urgente.

En el año 1977 se celebró en Nairobi la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Desertificación. Se pretendió ofrecer una respuesta a las graves sequías que padecía el Africa en su macro-región subsahariana y cuyo trágico coste se cifró en más de 200.000 personas fallecidas de hambre y de sed. Allí se evidenció que la desertificación va contra la vida humana y contra la biodiversidad natural. Y, en consecuencia, se estableció el primer Plan de Acción de Lucha contra la Desertificación.

Hubo que esperar a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Río de Janeiro, 1992) para que la ONU creara un comité intergubernamental destinado única y exclusivamente a este grave problema. Siendo en 1994 cuando se firmó el Convenio Internacional de Lucha contra la Desertificación en los países afectados por Sequía Grave. Aun con todo el mal no ha dejado de avanzar. Según datos de la FAO, actualmente la desertificación impacta críticamente en la vida de más de 1.000 millones de personas y se prevé que en el año 2080 la superficie mundial afectada se incremente entre un 5 y un 8%.

Mientras que el lector hace lo propio con este texto, la enfermedad del terreno continua su progreso sigiloso sin que apenas percibamos su presencia. España es uno de los países que posee un mayor riesgo de acabar siendo un paisaje estéril. El Programa de Acción Nacional contra la Desertificación (PAND) pretende determinar cuáles son las malas prácticas sociales y económicas que contribuyen a la extensión de este mal; y luchar contra ellas. El Ministerio de Medio Ambiente realizó un análisis de la situación y tituló su informe "Desertificación: Problemas y Soluciones. Un proceso de degradación permanente". (Revista Ambienta n.º 47, septiembre de 2005). Los resultados que se exponen en él son alarmantes y contundentes. Por ejemplo, más del 67% del territorio nacional, unos 40 millones de hectáreas, está gravemente amenazado por la desertificación. En Extremadura las cosas no pintan mejor; la amenaza se extiende por el 70,54% de la superficie regional.

La propia Consejería de Agricultura y Medio Ambiente de la Junta de Extremadura cuando habla del suelo en su portal de internet Agralia (http://aym.juntaex.es ) reconoce que "El suelo es un recurso prácticamente no renovable con una cinética de degradación relativamente rápida y, por el contrario, tasas de formación y regeneración extremadamente lentas. (...) Por lo tanto, la prevención, la cautela y una gestión sostenible del suelo han de ser el pilar central de las políticas de protección de suelos". Sin embargo, una cuestión es predicar verdades ecológicas y otra bien distinta es desarrollar programas políticos eficaces para la solución de los graves problemas medioambientales que generan las malas prácticas de planificación política y socioeconómica con respecto al suelo, al territorio y al paisaje. En opinión de ADENEX, los escasos programas regionales que se están llevando a cabo para la protección de nuestros suelos son a todas luces insuficientes. Las pocas y pobres acciones que se impulsan carecen de la suficiente y requerida celeridad y contundencia que se precisaría dada la gravedad del riesgo.

El caso es que esta enfermedad es tan grave que el año 2006 ha sido declarado el Año Internacional de los Desiertos y la Desertificación por la UNESCO, incluso este problema socioambiental cuenta con un recordatorio de carácter anual, el 17 de junio, Día Mundial contra la Desertificación. Quizá fuera conveniente que antes de acudir al centro de urgencias , fuese mejor acudir al médico de cabecera para comenzar a paliar y prevenir las consecuencias de un problema de salud ambiental que, al fin y a la postre, es un problema de las gentes, pues las enfermedades del paisaje afectan directamente a la salud de las personas.

Pero, por desgracia, ocurre que la mayoría de nuestros gestores políticos, entienden la naturaleza como una rémora, un estorbo para su egocéntrico modelo de progreso económico, y no como una ventaja para el Desarrollo Sostenible de todos.

Por esto nunca inauguran un bosque, por esto la mayoría de ellos siempre piensan primero en intereses políticos y económicos. Mientras... el desierto avanza comiéndose a la vida misma.

*Ambientóloga de ADENEX