La información es la primera víctima en todas las guerras y la de Irak no es una excepción. A juzgar por los datos dados por el bando angloamericano hasta el sábado, el avance hacia Bagdad era un paseo militar, pero ayer ganó terreno la impresión contraria. Las ciudades de Um Qasar, Basora, Najaf y Nasiriya dejaron de ser escenarios de victorias rápidas, y se convirtieron en dramáticos y cruentos campos de batalla, donde la coalición atacante sufrió sensibles bajas que el Pentágono tardó en reconocer, y sólo de forma velada.

La guerra informativa, llevada hasta sus últimas consecuencias, teje una malla de medias verdades, interpretaciones sesgadas o mentiras que aspiran a mantener desinformada a la opinión pública. La competencia entablada entre las televisiones anglosajonas y árabes ha espesado aún más esa guerra dentro de la guerra, sometida a objetivos políticos, como lo demuestra la autocensura, en los medios de EEUU, de las imágenes de prisioneros y muertos norteamericanos difundidas por Al Jazira. En última instancia, más allá de la suerte del combate, cada bando aspira a construir una coartada ética que oculte la miseria inherente a la guerra.