Viajar a veces te convierte en un ser extraño. Extraño para ti mismo por esa necesidad de adaptarte con rapidez y pericia al medio en el que te encuentres. De esa capacidad precisamente de aprender a pisar el terreno nace también el conocimiento de los otros. De quienes coinciden contigo en el camino aprendes aún más, ese otro privilegio que da la vida de vez en cuando.

Hace unos días conocí en Lisboa a Patxi Andión, toda una institución en el país luso, donde pasó a la historia porque su voz fue la primera que sonó en la radio en forma de canción cuando cayó la dictadura el 25 de abril de 1974 en la Revolución de los Claveles. Me cautivó escuchar la historia de un cantautor que el año próximo cumplirá 50 años de carrera —tiene ahora 70— con la salida de un doble disco.

Pero más allá de su faceta artística, descubrí a un hombre coherente con sus pensamientos, honesto con el público que le sigue en Portugal a los teatros a los que va y, sobre todo, liberado desde hace años de la camisa de fuerza del mercado porque eligió su libertad y una vida laboral que ha estado vinculada a la docencia e investigación como profesor universitario.

Aún me pregunto por qué España trata, con excepciones contadas, con tan poca memoria a sus artistas, por qué le cuesta tanto a la cultura ser valorada como un verdadero motor de nuestro país. Por qué se les mete a todos en el mismo saco de los subvencionados y demás medias verdades. A veces tanto, que hasta son más reconocidos en otros países que en el nuestro.