Los fieles de un pueblo de Italia le han pedido a su párroco que, ante la procesión que saldrá el próximo día 5, haga lo posible por retirar unas estatuas de Caín y Abel que se encuentran en la calle, y, naturalmente aparecen desnudos. El párroco se lo ha comunicado al alcalde, y el alcalde ha decidido que se retirarán las estatuas para que los fieles no se coarten. Claro que los que se coartarán, o asombrarán, o quedarán estupefactos, serán los cientos de miles de personas, al enterarnos de esta noticia que recorre el mundo.

Que en el Paraíso Terrenal no existiera El Corte Inglés, ni Zara, es bien sabido, debido fundamentalmente a que la gente no usaba ropa, y además, eran cuatro gatos, perdón, cuatro personas: Adán, Eva, Caín y Abel. No vas a montar una franquicia para cuatro clientes, teniendo en cuenta, además, que todavía no se había inventado el dinero.

Hay antecedentes, claro. El Papa Sixto IV le encargó al pintor Daniel Riciarelli da Volterra que le enmendara la plana a Miguel Angel, y cubriera los desnudos del Juicio Final de la Capilla Sixtina con túnicas, lo que le valió a Volterra el apodo de Il Braghetone O sea, que antes del Juicio Final parece que habrá que pasar por unos grandes almacenes, dejar la mortaja y llegar al valle de Josafat en perfecto estado de revista. Lo curioso es que esta historia sucedió en el siglo XVI, y lo del pueblecito de Italia en el siglo XXI, y es que hay cosas por las que no pasan los siglos.

Me ha recordado una historia del escultor aragonés Armando Ruiz. Iban a visitar una exposición suya las alumnas de un colegio de monjas, pero le llegó a sus oídos que las monjas no se atrevían a entrar con las alumnas, porque había algunos desnudos en mármol y terracota. Armando Ruiz pintó un enorme cartel, a la entrada de la exposición, donde se leía: "El desnudo es el traje que nos proporcionó Dios". Y alumnas y monjas entraron, y no se escandalizaron.