Aunque ahora surgen por todas partes políticos amantes de los matices, no se fíen de ellos. Algunos llevamos pidiéndoles durante años a esos mismos políticos que admitieran sentarse a hablar de matices, pero siempre prefirieron el autoritarismo, la demagogia y ese populismo que ahora tanto aborrecen. Y justo hoy, precisamente cuando más claro está que hay que tomar partido por determinadas posiciones, son ellos los que se esconden tras ‘los matices’. Los matices son importantes, claro que sí. Pero son mucho más importantes en épocas de estabilidad y de bonanza que en épocas de crisis y de convulsión. Cuando la sociedad se ve abatida por terremotos como el de la recesión económica que sufrimos desde 2008, solo existen dos posiciones: la de quienes reman para mantener el orden establecido y la de quienes reman para cambiarlo. Todos los matices que ustedes quieran, en este momento histórico, conducen a una de esas dos posiciones. Posiciones que son, como es fácil de comprender, antagónicas e irreconciliables. Ocurre siempre en los cambios de época.

Y es en esos momentos cuando quienes pretenden cerrar el sistema para que nada cambie ya no pueden esconderse por más tiempo bajo el disfraz progresista. Y es entonces cuando sacan a relucir toda la artillería pesada de la represión, con la ley en la mano mientras funciona, y por encima de la ley cuando la ley ya no es suficiente. Está escrito en la historia. Y es en ese punto, justo ahí, cuando la desobediencia civil, ese noble concepto tan ligado a todas las conquistas sociales y democráticas, se convierte en arma imprescindible por parte de quienes poseen el anhelo de mejorar las condiciones de vida.

Eso es, por ejemplo, lo que han hecho los diputados socialistas que se han mantenido firmes en el ‘no’ a un gobierno del PP: incumplir las normas de su grupo parlamentario porque las creían injustas y abusivas. Eso es también lo que se está produciendo en torno a todo el proceso de independencia en Cataluña, donde los cargos electos con un mandato parlamentario muy concreto se sienten legitimados para retar a las leyes, pagando como sea necesario, puesto que las consideran lesivas e injustamente represoras.

Eso es lo que hacen los asociados de la PAH, deteniendo desahucios en un claro y contundente desafío a una ley considerada cruel y dañina para la ciudadanía más frágil económicamente. Eso mismo es lo que deciden quienes realizan escraches, en el límite de la libertad de expresión y manifestación, a las élites políticas y económicas, con el objetivo de someterlas a la mayor presión social posible.

LA DESOBEDIENCIA fue la herramienta con la que adelantadas del feminismo como Emmeline Pankhurst lograron que la mujer consiguiera tener derecho a votar; rompían escaparates, incendiaban comercios y acosaban a los políticos masculinos contrarios. La desobediencia fue herramienta de Harvey Milk para ser uno de los pioneros en la lucha por los derechos de los homosexuales; llevaba a cabo lazos humanos en la vía pública, discursos callejeros no autorizados, boicots comerciales.

La desobediencia fue esencial para que ese gran desobediente llamado Martin Luther King lograra que las personas negras fueran consideradas del mismo modo que las blancas; boicoteó los autobuses de Montgomery y las empresas de Birmingham, y organizó múltiples manifestaciones no autorizadas. La desobediencia fue el núcleo de la resistencia de Mahatma Gandhi, para defender la independencia de la India respecto del domino británico; se negó a ocupar los asientos destinados a su raza en los transportes públicos, promovió marchas no violentas e impulsó el abandono de todos los británicos de la India.

La desobediencia fue, en fin, una de las causas de que Nelson Mandela —luchador anticolonialista en Sudáfrica— fuera condenado a cadena perpetua; consiguió acabar con el apartheid y ser presidente de Gobierno en Sudáfrica, pero fue a costa de reuniones ilegales, manifestaciones no autorizadas e incluso el impulso de grupos armados. Hoy nadie discute su nivel ético como uno de los grandes constructores de los derechos humanos. No es necesario aportar más pruebas en torno a la sobrada dignidad de la desobediencia civil. Por desgracia, hemos olvidado muy pronto que hasta no hace mucho un altísimo porcentaje de seres humanos carecía de derechos básicos que se han conseguido desafiando a la autoridad. Hoy, de nuevo, estamos en esa tesitura. Hay que elegir entre apoyar el orden establecido o su transformación en otro que permita consolidar derechos adquiridos y ampliarlos tanto cualitativa como cuantitativamente. Hoy, otra vez, estamos necesitados de desobedientes. H

* Licenciado en Ciencias de la Información