La mejor celebración que se hizo del 30º aniversario de los Premios Goya el pasado sábado 6, en una deficiente gala horrendamente retransmitida por TVE, la realizó un actor argentino. Muy significativo. Al recibir el merecido premio a la mejor interpretación masculina por "Truman", Ricardo Darín se dirigió a los políticos presentes y les dijo: "Hagan algo por la cultura, porque es lo único que hay que hacer". El 22 de abril se cumplen 400 años de la muerte del madrileño Miguel de Cervantes Saavedra , uno de los gigantes de la cultura mundial. Ya tenemos asumido que la gestión de tal efeméride no va a estar a la altura. Es solo la punta del iceberg que supone el profundo desprecio a la cultura en este país.

Escribiendo desde Extremadura, debo recordar que cuando Guillermo Fernández Vara presentó su candidatura para presidir la Junta con la promesa de que --como "refuerzo del sector cultural"-- la cultura dependería directamente de Presidencia, me eché las manos a la cabeza. Nada mejor para ningunear a la cultura. Y así está siendo. Durante la campaña de las elecciones generales del 20-D estuve muy atento a todos los debates. En ninguno se habló de cultura. ¡Y no será porque no hubo debates! Pues nada. Cero. Que ningún partido incluyera este tema en sus mensajes al electorado demuestra hasta qué punto es generalizado el desprecio a la cultura en España. En el documento que el PSOE ha presentado como "Programa para un gobierno progresista y reformista" hay esperanza: la recuperación del Ministerio de Cultura (que se compadece mal con que algunas CCAA, como la extremeña, no tengan Consejería), la reducción del IVA en actividades culturales al 10% (que sigue siendo mucho), o la revisión de la Ley de Propiedad Intelectual bajo la óptica de proteger a los creadores compatibilizando esa protección "con el mayor acceso posible al patrimonio cultural" (aspecto muy importante que siempre se elude).

Y aún así, aunque existen rayos de luz esperanzadora, no podemos pasar por alto que en dicho documento se le dedica a este tema una de sus 53 páginas, es decir, menos de un 2%. Por eso, cuando dice Pedro Sánchez que quiere que la cultura sea una "cuestión de Estado" me echo a temblar como lo hice cuando leí la propuesta de Fernández Vara para la Junta. ¿Una cuestión de Estado del 2%? No hay nada mejor que designar un tema como "cuestión de Estado" para que al final no sea cuestión de nadie. El problema es que estamos acostumbrados a que la cultura es algo residual, opcional, coyuntural, complementario, ornamental, algo así como los flecos de un traje de faralaes. La cultura, como dio a entender Ricardo Darín , es algo esencial, nuclear, estructural en una sociedad. No me cabe duda de que si España está como está es, entre otras razones, por su histórico desprecio a la educación y a la cultura que, por cierto, son áreas íntimamente relacionadas.

Lo que necesita la cultura no son buenas intenciones vacías de contenido (un "acuerdo social y político por la cultura", en el documento de Pedro Sánchez ), bonitas promesas electorales imposibles ("un 30% de los empleos públicos para la dinamización y activación de las infraestructuras culturales", en el programa de Fernández Vara), ni convertirla en "cuestión de Estado" (¿qué significa en la práctica?) o dejarla en manos del Presidente (¿cuántos minutos le dedica al día?).

Lo que necesita la cultura es recursos y un buen plan. Un análisis profundo de su estado comatoso, primero. Una evaluación de necesidades en función de ese análisis, después. Un plan a largo plazo que la ponga en el centro de todas las políticas y, en especial, de las de educación, economía, ciencia, acción exterior, fomento, cooperación, empleo y turismo. Y, en coherencia con ese plan, financiación no sujeta a coyunturas, dotación de personal público suficiente y normas específicas que busquen, cuiden, potencien y difundan el enorme talento existente en España. Aprendamos de la "excepción cultural" francesa impulsada por el socialista Jack Lang bajo presidencia de Mitterrand , en 1981. Un libro o una película no son un zapato ni una lechuga ni una cafetera. Y, por tanto, no se pueden tratar del mismo modo.

Quienes trabajamos en cultura estamos hastiados del desprecio permanente. De ver cómo se pierde o deteriora el patrimonio por falta de recursos, de conocimiento y de interés. De ver cómo los grupos de amiguetes se reparten las migajas que los gobiernos dan a la cultura. De ser los molestos invitados a la fiesta a los que hay que dar de cenar por pena. De ser los del 2%. Estamos hartos. Y no solo por nosotros, sino porque tenemos la convicción de que esto solo pasa en naciones mediocres e ignorantes, a las que les espera un mal destino que no queremos para la nuestra.