XLxa masacre del 11-M estalló en la conciencia de todos los españoles y de millones de ciudadanos del mundo que, en aquel momento, se sintieron madrileños y pasajeros virtuales de los trenes de la muerte.

Un pueblo solidario, sacrificado y perfectamente organizado, hizo frente a una situación de emergencia difícilmente imaginable. Si algunos piensan, y no se recatan de expresarlo en público, que somos un pueblo anonadado y desconcertado que mendigamos una rendición aislada con los terroristas, son unos pésimos analistas y unos perfectos granujas. Si las descalificaciones vienen de altos representantes de la primera potencia mundial, nos preocupa doblemente. No sé si los ciudadanos norteamericanos saben que llevamos más de tres décadas sufriendo de manera sistemática el ataque de una banda de fanáticos que, envueltos en una bandera que forma parte de los símbolos del Estado español, han asesinado a cerca de 1.000 personas con tiros en la nunca, explosivos individuales y bombas indiscriminadas contra la población civil.

Algún sector importante de Estados Unidos tiene la idea de considerar que estos muertos son el producto de una confrontación bélica entre unos ciudadanos oprimidos, que luchan heroicamente por su independencia mientras millones de crueles españoles se la negamos persiguiéndoles a sangre y fuego. No sé si los insignes representantes del Estado de Idaho saben dónde están España y el País Vasco, pero no han dudado en apoyar su derecho a la independencia.

Los españoles han votado que la política de alineamiento incondicional con la Administración de Bush no encajaba ni con nuestra solidaridad europea ni siquiera con importantes sectores del pensamiento más liberal de la sociedad norteamericana. Lo que ha decidido mayoritariamente la sociedad española preocupa, como es lógico, a los halcones de la guerra y a los que les facilitan el armamento necesario a cambio de millonarias ganancias. El shock de Madrid ha sido visualizado simultáneamente por la práctica totalidad de la población del planeta.

Los intérpretes de las resoluciones de Naciones Unidas y sus corifeos tendrán que responder de su empeño en engañar a la opinión pública transmitiéndoles falsamente que contenían una autorización incondicional de la ONU a las aventuras bélicas. Llevados por su ardor guerrero, han dañado seriamente al único organismo que puede conseguir la aplicación del derecho internacional. Es indudable que el peligro terrorista existe, pero ustedes permitirán que les transmitamos nuestras dolorosas experiencias y les advirtamos de que las frases altisonantes y los desplantes descalificadores no solucionan los problemas.

En momentos muy dolorosos de nuestra vida reciente, muchos de nuestros jóvenes han alzado sus manos abiertas y han gritado con un valor impresionante que ofrecían sus nucas a las balas de los asesinos. No se les puede llamar, impunemente, cobardes.

Afortunadamente no hemos caído en el clima de histeria que han impuesto en forma de leyes a la sociedad norteamericana. La advertencia que figura en la Biblioteca Pública de Dallas y en muchas otras merece ser reproducida: "Bajo la sección 215 del acto federal de USA Patriot de EEUU (Derecho Público 107-56) los registros de libros y de otros materiales que usted pida prestados de esta biblioteca pueden ser obtenidos por los agentes federales. Los agentes federales pueden también trazar su navegación personal al usar usted internet en las computadoras de la biblioteca. Esta ley federal prohíbe a los bibliotecarios e informarle si los agentes federales han obtenido informaciones sobre usted". Sobran los comentarios. Ese no es el camino. Tampoco tiene futuro generalizar el estado de guerra empleando tanques, aviones y helicópteros para eliminar, controlar, detener y juzgar a un grupo, más o menos numeroso, de fanáticos asesinos.

A los que tienen el poder internacional les pedimos que sean humildes, que utilicen la inteligencia y que no añadan a nuestro dolor las infamias que están vertiendo estos días.

*Magistrado del Tribunal Supremo