La muerte «es el destino de todo el mundo», esas son las palabras con las que ha valorado el presidente de Brasil Jair Bolsonaro al salir del Palacio de Alvorada, donde suele pararse ante sus incondicionales para ser jaleado, el convertirse en el segundo país del mundo con más contagiados por covid-19 y el cuarto con más muertes por ello. Supongo que eso es lo que se contesta cuando menosprecias a una pandemia de esta magnitud, cuando te niegas a parar por salud, cuando los intereses económicos son los que priman, cuando desprecias las recomendaciones de las organizaciones internacionales sanitarias, cuando decir mentiras y simplezas es más cómodo, rápido y eficaz desprecias el esfuerzo del rigor científico y sus indicaciones, y cuando eso sucede, supongo que llega incluso el momento en el que eres capaz de frivolizar con la vida de los más vulnerables, es su triste e irremediable camino.

Brasil es el segundo país con más contagiados por detrás de Estados Unidos. Me gustaría poder interpretar con palabras en estas líneas el silencio que me gustaría trasladaros al más puro estilo Trudeau al referirme a Trump. Un presidente que recomienda sin sonrojarse beber desinfectante, reírse o negarse a llevar mascarilla, que critica y boicotea a gobernadores por fomentar el confinamiento para combatir al virus, ese mismo.

Imagino que hacer América grande, de nuevo, era retornarla a la lucha racial, volver al racismo, volver a creer que la autoridad se ejerce por capricho y de forma despótica.

Esta semana el gobierno de Boris Johnson, el mismo que al comienzo de la pandemia estuvo tentado a seguir la senda emprendida por Trump y Bolsonaro, prohibió las relaciones sexuales entre todos aquellos que no compartan domicilio.

Los populismos crecieron ante el descontento, crecieron con palabras fáciles, crecieron incluso con gracias y sonrisas cómplices, crecieron ante la incapacidad de involucrar a los que más sufrían, crecieron con incredulidad e impunidad, crecieron a lomos de la mentira.

Esta crisis es capaz de sacar lo mejor o lo peor de nosotros mismos, el populismo solo su verdadera cara: el desprecio a la verdad, el desprecio a los débiles. Un desastre para el progreso y la humanidad, involución.

*Filóloga y diputada del PSOE.