La intervención del presidente Zapatero ha puesto punto final, por fortuna, a la actitud pusilánime de Defensa y de Interior en el caso Roquetas. Ha sobresalido en el penoso ejercicio de mirar hacia otro lado el general Gómez Arruche, nombrado director de la Guardia Civil por el ministro Bono. Fue una designación que ya sorprendió en su momento por el carácter castrense del interesado.

El jefe de la Guardia Civil ha insistido siempre --de acuerdo ciertamente con su ministro-- en la necesidad de mantener la vertiente militar del Instituto. "Los que piden la desmilitarización de la Guardia Civil --sostiene Arruche-- no saben de lo que están hablando". ¿Sabía él de lo que hablaba cuando se limitó a remitir el veredicto de tan escalofriante asunto al juez, mientras defendía de modo explícito al teniente del cuartel de la Guardia Civil de Roquetas, convertido en presunto asesino con la colaboración, probablemente obligada, de otros ocho agentes?

Estremece imaginar que la paliza propinada a Juan Martín Galdeano --con resultado de muerte-- no sea un hecho aislado. El caso Roquetas exige un esclarecimiento inequívoco. Y debería servir para redoblar la vigilancia, por parte del Gobierno, respecto de lo que pueda acontecer en comisarías y cuarteles. En cuanto a Arruche, es mejor una destitución a tiempo que el sonrojo a posteriori. Recuerde el PSOE lo que --en otro plano-- le ocurrió con Luis Roldán.

*Periodista.